En el Aeroclub de La Palma figura expuesta en un lugar destacado una placa en memoria a la figura singular de Antonio José Lirio Toledo, conocido popular y cariñosamente como “el cojo de las Lirias”, a modo de sencillo homenaje al primer palmero que intentó volar a comienzos del siglo XX.
Bautizado en la parroquia de Nuestra Señora de los Remedios, en Los Llanos de Aridane, el 2 de julio de 1861, una semana después de su nacimiento, era hijo natural de María Lirio Toledo y nieto de Antonio Lirio y de María Toledo, aunque se le conoció como José Antonio Toledo Pérez. Como otros tantos jóvenes de su tiempo, nuestro singular personaje emigró a Cuba, en busca de nuevos horizontes lejos de su tierra natal. A la sombra de los bohíos, en las vegas de tabaco y en los cañaverales tropicales, Antonio José Lirio Toledo aprendió sus primeras letras cuando contaba 40 años de edad.
Hombre adelantado para su época, dicen que se interesó, especialmente, por la enseñanza y los libros de teosofía, medicina, ciencia y, muy especialmente, por los tratados de Leonardo da Vinci. Viendo el vuelo de los pájaros en el cielo diáfano de la bella isla antillana, la tierra prometida de tantos canarios, se preguntó un día por qué el hombre no podía volar como ellos y desde entonces abrigó en su mente la peregrina idea que él también sería capaz de remontar el vuelo.
Su pensamiento era coincidente con lo que había escrito el ingeniero florentino cuatro siglos atrás, en su profundo desvelo por el vuelo: “Desde la montaña que lleva el nombre del gran pájaro, el famoso pájaro emprenderá el vuelo que llenará al mundo de su gran fama. El gran pájaro emprenderá su primer vuelo sobre el lomo del gran cisne, para llenar al mundo de asombro, dejar memoria de su fama y reportar gloria eterna al nido en donde nació”.
Más cercano en el tiempo y con su carga singular y las onzas de oro que pudo ahorrar, otro hombre que quiso hacer realidad sus más bellos y nobles sueños, José Antonio Lirio Toledo regresó de nuevo a La Palma convenido de sus posibilidades para llevar a la práctica sus conocimientos y sus ideas.
“Su mente –escribía el inolvidable Francisco Padrón Hernández– iba más allá de las ocupaciones normales y especialmente en tiempos donde no era fácil salirse de las normas. Si todavía, en la actualidad, por pensar y actuar contra corriente, con ideas o pensamientos que no van de acuerdo con la mayoría, rápidamente te clasifican de loco o, como mínimo, de “tío raro”, ¿qué pensarían de don José Antonio y de sus inventos, los vecinos de El Paso, hace ya más de noventa años?”[1].
El apelativo procede, en efecto, de que era cojo de nacimiento, de los dos pies y se cuenta que para aliviar su defecto físico él mismo se fabricó una especie de aparato ortopédico para caminar mejor; y de “las Lirias” tiene su origen en su apellido, que la voz popular hizo femenino en referencia a dos tías suyas, por lo que, para diferenciarlo, se le identificó como “el cojo de las Lirias”.
En Dos Pinos, cerca de donde hoy vive uno de sus nietos, el “cojo de las lirias” montó una fragua donde empezó a trabajar en las faenas artesanales de herrero y latonero. Según se cuenta, a ratos trabajaba en los diseños de algunas maquetas de artilugios voladores inspirados en las enseñanzas de Leonardo da Vinci.
Nota:
[1] Diario de Avisos, 4 de julio de 1999.
Foto: Archivo de Juan Carlos Díaz Lorenzo