De Isaac Peral, el inventor del submarino torpedero, mucho se ha hablado de las diferentes facetas que acometió en su vida, -tanto en su época militar primero como civil después- pero quizás la versión menos conocida del ilustre cartagenero sea ésta que hoy nos ocupa, como fue la de “empresario minero”.
Esta historia se remonta al verano de 1892 cuando Isaac Peral se desplaza al balneario de Mondaríz, en Pontevedra, a pasar unos días de descanso invitado por su propietario, el acaudalado industrial vigués Enrique Peinador, repitiendo estancia que había hecho un par de años antes.
Desde principios del año anterior (1891), fecha en la que Isaac Peral abandona la Armada, el ya ex-marino se encuentra establecido en Madrid, comenzando desde la capital a desplazarse por toda España para comenzar a instalar por toda la geografía, sobre todo centrales eléctricas, cuyo número total sobrepasó la veintena. Pero no sólo se iba a dedicar a ese asunto sino también a otros negocios relacionados con la electricidad, siendo por ejemplo el primer empresario que llegó a construir en España la primera fábrica de acumuladores eléctricos, concretamente en la madrileña calle Mazarredo, cuyo edificio no sólo sigue en pie hoy día sino que en el mismo se encuentra ubicada la sede de Google España, habiéndose colocado incluso en fecha relativamente reciente una placa de bronce que recuerda al viandante aquel primer uso del inmueble.
Peral, además, incansable innovador en aquellos primeros años de la aparición de la electricidad de todo lo relacionado con ella, ya había estudiado y tenía claro que el antimonio, que era un mineral sólido y fundible, tendría muchas propiedades para hacer con él una aleación con el plomo de las baterías.
Además, pudo comprobar que al tener muy baja conductividad eléctrica y térmica, si llegaba a cabo finalmente la aleación con el plomo, el resultado sería una mayor durabilidad de los acumuladores eléctricos, y además, se aumentaba la dureza del plomo y la resistencia a la corrosión de los ácidos.
Así, una vez que tenía claro que para la fabricación en serie de aquellas baterías de uso industrial, uno de los materiales que se precisaba era el “antimonio”, materia prima que Peral debía adquirir a intermediarios, lo que encarecería el producto final, decidió meterse a empresario de minería, de modo que regresando en el tren que le llevaba desde Vigo (balneario de Mondariz) a Madrid tras una breve estancia en tierras gallegas, se apeó en la localidad orensana del Barco de Valdeorras, en la comarca del mismo nombre, pues en la parroquia de Biobra, municipio de Rubiá, tenía conocimiento de la existencia de un par de minas del citado mineral. En principio, Peral sólo tenía intención de visitar y evaluar los beneficios económicos que le podría reportar la adquisición de esas minas, las cuales finalmente terminaría adquiriendo.
Corría el verano de 1892 y tras unas –al parecer– breves negociaciones económicas, el 13 de septiembre de ese mismo año solicita que ambas sean escrituradas en el Registro de la Propiedad de Orense, “bautizando” ambas con los nombres de sus cuatro hijos varones, –su hija Carmen quedó al margen en este asunto, desconocemos el motivo– registrando finalmente una de ellas con el nombre de ”Juanito” mientras la otra lo sería con el de los otros tres “al alimón”, esto es “Isaac, Antonio y Luis”.
A partir de ahí, Peral usaría el antimonio de su “cosecha propia” para la fabricación de las baterías de su fábrica de la madrileña calle de Mazarredo, con el consiguiente ahorro en costes al evitarse el adquirirlo a intermediarios. Toda una gran visión como empresario, sin duda.
Pocos años después, –el 23 de mayo de 1895–, Isaac Peral fallecía en Berlín, dejando tras de sí un increíble legado, y un extenso currículum como inventor, como emprendedor, e incluso como empresario minero, una de sus facetas más desconocidas.





Fotos: archivo de Diego Quevedo Carmona