El 24 de septiembre de 1919 se celebró en la iglesia de San Felipe, en La Habana, un solemne funeral oficiado por los Padres Carmelitas Descalzos en sufragio por las almas de los pasajeros del trasatlántico «Valbanera».
Ante un enlutado catafalco, adornado con atributos de la Marina, la misa de réquiem cantada con orquesta contó con la presencia del embajador de España, el cónsul de España, obispado, todos los centros regionales y el Casino Español, representaciones de la Marina cubana mercante y militar; un amplio elenco religioso, las dotaciones de los barcos surtos en puerto, representantes de la prensa del país y los familiares de los pasajeros y tripulantes del «Valbanera» residentes en Cuba, además de un inmenso gentío de fieles, tratándose de “una imponentísima manifestación de fe católica y de condolencia a los familiares de los náufragos. El pueblo de La Habana ha probado que ama y cree en la vida perdurable”, destaca el periódico «Diario de la Marina». La Lonja de Comercio suspendió sus operaciones y se pidió el cierre del comercio habanero en señal de duelo durante el tiempo que durasen los actos religiosos.
La misa solemne de réquiem de Perosi estuvo presidida por el vicario provincial de los Carmelitas en Cuba y prior del convento de San Felipe, fray Florentino del Sagrado Corazón de Jesús, ayudado por fray Mateo de la Santísima Trinidad y fray Ignacio de San Juan de la Cruz, miembros de la misma orden. En el coro, además de las numerosas voces seglares, participaron también los carmelitas fray José Luis de Santa Teresa, fray Eusebio del Niño Jesús y fray Valentín, así como los sacerdotes cantores de las diferentes comunidades de La Habana, dirigidos por fray Hilarión de Santa Teresa, superior de los Carmelitas de Matanzas.
El día 26, «Gaceta de Tenerife» publicó una noticia que dio un vuelco en el corazón de muchos familiares de los pasajeros del «Valbanera»: “Llegada a La Habana de supervivientes”. El alcalde de Santa Cruz, Esteban Mandillo, se hizo eco ante la prensa local de un radiograma recibido desde La Habana vía Barcelona, a través de la Asociación de Capitanes y Pilotos Mercantes, interesándose ante la casa Pinillos para que telegrafiara con urgencia los nombres de los supervivientes y cuantos detalles se conozcan “por ser grandísimo el interés que hay en esta población”. Sin embargo, al día siguiente, se desmintió la noticia, lo que hizo hundir aún más los ánimos de los familiares y amigos de las víctimas.
De los muchos gestos de solidaridad expresados en aquellos días, destaca la noticia de que el comandante del cañonero «Infanta Isabel», teniente de navío Ángel Cervera, de apostadero en el puerto tinerfeño, abrió una suscripción a bordo del buque de su mando “para llevar recursos para las familias pobres de todos los emigrantes, clases y marinería y asimilados, que hayan perecido en el naufragio”.
En La Palma la tragedia del trasatlántico «Valbanera» adquirió tintes dramáticos, afectando especialmente a la familia de Agustín Benítez Rodríguez, que había sido secretario del juzgado de la capital palmera y de su hermano José, director del periódico «El Mercurio», de La Habana, pues hacía apenas tres años, en marzo de 1916, que habían perecido cuatro de sus miembros en el naufragio del trasatlántico «Príncipe de Asturias» y ahora se repetía la escena, con otros cinco miembros, en la catástrofe del trasatlántico «Valbanera».
En la tragedia del «Príncipe de Asturias» desaparecieron la madre de Agustín Benítez, sus hermanos Pino, en delicado estado de salud, y Ezequiel, éste último recién casado hacía dos semanas, así como su futuro cuñado y novio de la primera, quienes pretendían contraer matrimonio tan pronto como su prometida se restableciera de su enfermedad; mientras que en el «Valbanera» encontraron la muerte su hermana Francisca Benítez Rodríguez, así como sus tres hijos, Juan, Carmen y María del Pino, de seis, dos y un año de edad, respectivamente, que iban a reunirse con su esposo y padre, Diego Martín Pérez, residente en La Habana desde hacía un año; y su cuñada Isabel Perdigón Álvarez, viuda de Ezequiel Benítez, que iba a encontrarse en Ciego de Ávila con un hermano de ésta, llamado Juan Perdigón.
Otro de sus hermanos, Jerónimo Perdigón, residente en Icod de los Vinos desde hacía unos años, donde tenía establecido un comercio, confirmó al periódico «La Prensa» el embarque de su hermana en el vapor Valbanera en viaje a La Habana.
En Santa Cruz de La Palma embarcaron 116 pasajeros, de los cuales, al llegar a Santiago de Cuba, sólo seis de ellos manifestaron su deseo de continuar viaje hasta La Habana en el barco, entre los que figuraban los cuatro citados.
El 6 de octubre se celebró un solemne funeral en la parroquia matriz de El Salvador, en la capital palmera, que contó con la presencia de las autoridades insulares, una comisión militar, el cuerpo consular acreditado en la isla, así como representantes de la compañía Pinillos Izquierdo y un numeroso público, “que concurrió a elevar sus preces al Señor por todos los desaparecidos, y testimoniar, una vez más, el hondo sentimiento que tan terrible desgracia ha producido”.
El día 10, un mes después de la fecha supuesta del hundimiento del «Valbanera», se celebró otro funeral en la iglesia de Nuestra Señora de la Concepción, en Santa Cruz de Tenerife, que estuvo presidido por el alcalde de la ciudad, Esteban Mandillo y las primeras autoridades militares y religiosas, oficiando el ilustre arcediano Santiago Beyro Martín, quien pronunció una “oración muy elocuentísima”. El pueblo de Santa Cruz se volcó de lleno en el acto religioso, acordándose que el importe de la colecta se destinase al pago de misas mensuales en sufragio por el eterno descanso de las almas de las víctimas del trasatlántico español.
La Marina de Guerra cubana se movilizó desde los primeros momentos en busca del «Valbanera» o, en su caso, de los supervivientes o restos que permitiesen llegar a una conclusión definitiva. Pese a todos los esfuerzos, los resultados fueron negativos. Los cañoneros «Cuba» y «Patria» se hicieron a la mar cuando amainó el temporal y, en unión de un destructor de la Marina de Guerra de EE.UU., realizaron las primeras misiones de rastreo.
En los últimos días de octubre llegó a Cádiz el representante de Pinillos, Izquierdo y Cía. en San Juan de Puerto Rico, Álvaro Trigo, quien confirmó que el casco del «Valbanera» se encontraba efectivamente, en Rebecca Shoalds, en las proximidades de la Isla de Tortuga. Según sus palabras, el buque naufragado tenía el casco desgarrado por estribor y con un enorme boquete en la proa. Cerca del liner español se encontraban los restos de un velero americano que, asimismo con la proa destrozada, se presumía que también habría colisionado con el «Valbanera» durante el ciclón. ¿Era cierta esta versión? Se trataba, por supuesto, de una de las muchas que circularon durante aquellos días.
Pinillos, Izquierdo y Cía. informó en diciembre de 1919 que estaba negociando con una empresa de salvamento establecida en Jamaica la realización de estudios para el reflotamiento del «Valbanera» y, en caso de resultar imposible, rescatar al menos los cadáveres que se encontraban en su interior para su traslado a La Habana y darles sepultura. Sin embargo, no se alcanzó un acuerdo, como tampoco con otras empresas especializadas de EE.UU. y, por último, se estableció contacto con la Compañía Cubana de Salvamentos. Por entonces, la compañía Pinillos declaraba que no le interesaba el reflotamiento del barco y sí la recuperación de los cadáveres de los pasajeros y de los tripulantes.
Las conversaciones tampoco dieron resultado y, finalmente, una empresa española solicitó realizar los trabajos previos a un detenido reconocimiento del casco, pero, como en los casos anteriores, no se alcanzó un acuerdo y poco a poco el trasatlántico «Valbanera» dejó de ser noticia, aunque memoria de la tragedia se ha mantenido en el tiempo.
En abril de 1924, después de otro temporal, los palos del pecio que todavía sobresalían por encima de la superficie del mar desaparecieron para siempre. Pasaron casi veinte años y en 1942 la U.S. Navy desguazó algunas planchas del costado de babor del pecio para reforzar blindajes navales.
En 1963, otro temporal removió las arenas movedizas que invaden los restos del «Valbanera» y dejó al descubierto la hélice de babor, que se encontraba a menos de seis metros de profundidad “y brillaba muchísimo”. Uno de los chatarreros de la zona especializados en naufragios, Ted White, procedió a su extracción mediante una carga explosiva en el eje de la hélice, para después cortar las palas con un soplete e izarlas a la superficie con la ayuda de la grúa de una pontona. Las palas, según testigos presenciales, se vendieron a un anticuario de Miami.
Suposiciones del naufragio
El temporal azotó la costa norte de Cuba durante la noche del 9 al 10 de septiembre, es decir, cuatro días después de que el trasatlántico «Valbanera» hubiera salido del puerto de Santiago. Parece poco probable, asimismo, que el capitán Ramón Martín Cordero tuviera información en ese sentido de las autoridades portuarias cubanas. De haberlo sabido, resulta lógico pensar que hubiera preferido permanecer en puerto.
Extendido sobre el norte de la isla de Cuba, el ciclón tropical, característico de la época del año, dejaba sentir toda su furia sobre la ciudad de La Habana y sus aledaños. “Está descargando una tempestad sobre esta capital, desde esta madrugada, además de la lluvia es muy imponente el aspecto del litoral a causa del mal tiempo reinante, semejando un ras de mar de olas se estrellan sobre el malecón pasando el muro y bañando las avenidas del golfo. Un aerograma recibido al mediodía de ayer, por todos los buques, y estaciones radiográficas, anunciaba la presencia de un huracán, cuya velocidad se hacía ascender a 56 millas por hora, aumentando en intensidad, a medida que se acercaba más a las costas de Florida”.
En todo caso, si el capitán Martín Cordero estaba informado de que en el Golfo de México se fraguaba un vórtice de mucha traslación e intensidad, debió medir y conocer bien todas las cuestiones y ahí surgió la terrible duda, cuanto más injusta, pues nunca se conocerán las razones exactas. ¿Debió salir de Santiago o, por el contrario, quedarse en puerto?
Se deduce que el capitán calculó que disponía de tiempo suficiente para alcanzar el puerto de la capital cubana antes de que el vórtice entrase en la costa Norte de la Isla. Entonces se hizo a la mar el «Valbanera» con 488 personas a bordo, entre pasajeros y tripulantes. Y lo hizo con las mejores condiciones de navegación y seguridad para el breve viaje: con una gran reserva en la flotación y a media carga. Se le vio navegar hacia el Oeste, por la costa septentrional de Cuba, después de haber remontado Punta Maisí. Testigos presenciales aseguraron que “iba fuerte y apretando fuegos” para entrar cuanto antes en La Habana.
Pero el ciclón corrió y pudo más. El mal tiempo comenzó a escorarlo y según afirmó el capitán de un correo británico que pudo entrar en el puerto habanero, cuando lo cruzó frente a las costas de Caibarién, el temporal se le echaba encima al trasatlántico «Valbanera» y éste, muy tumbado, forzaba y seguía a toda máquina para alcanzar el Morro al anochecer.
Ya era de noche cerrada cuando desde el castillo de Los Tres Reyes se avistaron las luces de un barco. A las cuatro de la madrugada, el capitán del «Valbanera» “pasó un aerograma a la Capitanía del Puerto pidiendo informes sobre si podía arribar al Puerto, contestándosele que esperara el día, y que se presentara para ser abordado por el práctico. El barco se mantiene fuera sin que se atreva su capitán a entrar”.
Las señales de prohibición indicaban que el puerto se encontraba cerrado a la navegación y por morse se le transmitió la noticia y por el mismo medio contestó que trataría de capear el ciclón mar afuera, que ya era entonces un auténtico hervidero.
¿Era, en realidad, el «Valbanera» el barco que se acercó a La Habana?
Parece probable que el capitán Martín Cordero intentara alcanzar uno de los puertos de Florida mientras capeaba el temporal. Debió arrumbar al Norte, pasando al Oeste de Dry Tortugas y luego dirigirse a Tampa. El viento huracanado abatió al Valbanera sobre los cayos. Todos los indicios apuntan a que el naufragio se produjo de forma muy rápida, desde el momento de que el barco embarrancó en la arena y las grandes olas lo sepultaron. Es posible, además, que perdiera la antena de la telegrafía, por lo que no pudo emitir ninguna señal de socorro. Sin embargo, todo son suposiciones, porque no hubo supervivientes ni tampoco investigaciones oficiales.
En la noche del 9 de septiembre, y amenazado por la virulencia del ciclón, recaló de arribada forzosa en el puerto de Cienfuegos el guardacostas «Hatuey», en el que viajaba el presidente de la República de Cuba, general Mario García Menocal, escala imprevista de un viaje oficial al oriente del país.
A medida que iban transcurriendo los días se fueron conociendo, aunque muy distanciados unos de otros, más detalles sobre la tragedia y nombres y más nombres. Desde luego, se sabía con certeza que la tripulación había desaparecido en su totalidad y el interrogante iba poco a poco aclarando identidades.
En la noche del 26 de septiembre, el alcalde de la capital tinerfeña, Esteban Mandillo Tejera, recibió un telegrama procedente de Barcelona que decía:
“Radiogramas publicados periódicos sobre llegada náufragos a La Habana desgraciadamente carecen de fundamento. Algunos pasajeros destinados a La Habana desembarcaron en Santiago de Cuba. Para detalles preguntar gerencia de Pinillos en Cádiz. Rómulo Bosch”.
El 28 de septiembre arribó al puerto de Santa Cruz de Tenerife el trasatlántico Barcelona, también de la flota de Pinillos, procedente de La Habana. Hubo expectación, pero el capitán y los oficiales sólo sabían lo que habían captado por la telegrafía. Lo que sí se sabía con firmeza era que el trasatlántico «Valbanera» había desaparecido.
Al día siguiente se recibió en la capital tinerfeña el primer telegrama de los desembarcados en Santiago de Cuba. Venía firmado por José Ramos –abuelo materno del profesor, escritos y político tinerfeño Juan Manuel García Ramos–, Zoilo Zamorano, José González y Manuel Ledesma y, fechado en Ciego de Ávila, estaba dirigido a Cristóbal Ramos, en Valle de Guerra.
Unos recibieron así un gran alivio, entre ellos la familia Hernández de Paz, de Fuencaliente de La Palma, bisabuelos maternos del autor, uno de cuyos hijos, Antonio, entonces de 18 años de edad, figuraba entre los pasajeros que habían desembarcado en Santiago aunque había pagado el pasaje hasta La Habana. Pero otros no lo pudieron celebrar. La tragedia se había consumado.
Bibliografía
– Díaz Lorenzo, Juan Carlos. La Palma, escala en la ruta de América. Madrid (2001).
– García Echegoyen, Fernando. El misterio del Valbanera. Madrid (1997).
– López Isla, Mario Luis y Vázquez Seara, Esther Lidia. Valbanera. El Titanic de la emigración canaria (en la prensa de la época). Santa Cruz de Tenerife (2000).
Fotos: Archivo de Juan Carlos Díaz Lorenzo