El trasatlántico “Valbanera” viaja a la eternidad / 3

El 19 de septiembre de 1919, el cónsul de Cuba en Cayo Hueso, Domingo Milord, recibió un telegrama del comandante jefe de la Estación Naval americana en el que le confirmaba, después de las exploraciones hechas, que el buque embarrancado en los bajos de Half Moon era el “liner” español “Valbanera”.
Para su comprobación, se le invitó, junto a varios oficiales americanos y representantes de la casa consignataria, para inspeccionar el lugar donde el buque se encontraba hundido. Cuando llegaron pudieron comprobar personalmente lo que ya se les había manifestado. El cónsul tomó una fotografía de la que dijo “hacía la identificación completa y positiva. El agua estaba tan agitada que hacía imposible bucear hoy. No se vieron cuerpos en la superficie del mar, pero se supone que el hedor que salía del agua provenía de los cuerpos en descomposición en el interior del buque. No se vieron tiburones en las cercanías”.
Todos los esfuerzos se centraron, a partir de entonces, en tratar de recuperar los cadáveres de las 488 personas, entre pasajeros y tripulantes, sin contar los polizones, que se sabía iban a bordo. Numerosas embarcaciones y buzos de la zona se aprestaron a la difícil tarea, con todas las facilidades de las autoridades de la Estación Naval de Cayo Hueso y el apoyo de dos cañoneros enviados por la Marina de Guerra de Cuba.
Pronto se conoció el listado de la tripulación del buque siniestrado, así como nombres y más nombres de los infortunados pasajeros que siguieron el viaje a La Habana. Se dijo que un joven andaluz, llamado Juan López, que embarcó en Cádiz de polizón y decía que era telegrafista, manifestó que el barco había hecho la travesía muy escorado a la banda de estribor debido a la carga que llevaba.
Entre los pasajeros que embarcaron en Canarias había unas 40 mujeres y unos sesenta niños. Se contó, en aquellos días, que entre los desaparecidos figuraban también los artistas Luis Blanca y Concepción Llorente, que quisieron desembarcar en Santiago de Cuba para después continuar viaje hasta La Habana en tren, aunque lo costoso del traslado del decorado que portaban hizo que desistieran del empeño y siguieron el viaje en barco. Una crónica de la prensa santiaguera dice, además, que “salvóse también una francesa, de la vida alegre, llamada Irma, quien marchó a esa (La Habana) por ferrocarril, dejando en el Valbanera a su mamá postiza”.
Un corresponsal de prensa se trasladó hasta el lugar del naufragio y pudo comprobar que, en efecto, se trataba del «Valbanera» y que el buque estaba escorado a la banda de estribor en un ángulo de 45 grados. La parte de proa aparecía más sumergida que la parte de popa, que sobresalía un poco de la superficie del agua. Según dijo, el buque estaba partido en dos desde la proa hasta el puente, sin que se hallaran vestigios de los pasajeros y tripulantes.
El periódico madrileño ABC publica el 22 de septiembre que “los cadáveres de los náufragos deben estar dentro del Valbanera o han debido ser comidos por los tiburones, pues los buzos no han encontrado ni uno sólo”.
A pesar de las evidencias que iban llegando, los agentes de Pinillos en La Habana “dicen que no están seguros de que se ha perdido el barco” y recordaban que a mediados de 1917 el ‘Valbanera’ “desapareció durante una severa tempestad” y arribó a La Habana catorce días después.
En Cádiz, como en toda España y en Cuba se sucedieron las noticias y las anécdotas relacionadas con el naufragio. Entre ellas figura un matrimonio con siete hijos, que llegó a Cádiz para embarcar en el trasatlántico «Valbanera», lo que no pudieron hacer porque les robaron unas diez mil pesetas, que era todo el dinero que tenían, por lo que, perdido el barco y conocido el caso en la ciudad gaditana, el marqués de Comillas, presidente de Compañía Trasatlántica, les concedió pasaje gratis y embarque en el vapor «Manuel Calvo».
A pesar de la confirmación de la tragedia, grupos de espiritistas cubanos organizaron en La Habana un viaje a bordo del remolcador Vicente Salgado, congregándose el día 22 una enorme multitud en el muelle de Caballería para despedirlos, aunque a última hora se suspendió la salida del barco que los iba a trasladar hasta el lugar del naufragio, por no haber reunido el dinero necesario para el flete del viaje, convirtiéndose este hecho, como señala la prensa habanera, en “la nota cómica” del desgraciado accidente.
Ese mismo día se reunió la directiva de la Asociación Canaria en La Habana, y al día siguiente lo hizo el Centro Andaluz, expresando ambas su profundo dolor por la tragedia y acordando la celebración de honras fúnebres en sufragio de las almas de las personas que perecieron en el hundimiento del «Valbanera», acordando, asimismo, el arriado de la bandera a media asta como señal de duelo.
Confirmada la situación del pecio del trasatlántico «Valbanera», mientras tanto iban llegando los barcos que habían sido sorprendidos por el mismo ciclón. La corbeta «J.C. Llusá» –capitán José María Mallol-, de la matrícula de Barcelona, arribó a La Habana con el aparejo destrozado y con otras averías en el casco y a la espera de más noticias, el 10 de octubre se celebraron en la iglesia de Nuestra Señora de la Concepción, en Santa Cruz de Tenerife, solemnes funerales por las víctimas del siniestro.

Comunicado de Pinillos
Mientras tanto, Pinillos, Izquierdo y Cía. dio a conocer en Barcelona un extenso comunicado sobre la seguridad que el buque desaparecido ofrecía y, al mismo tiempo, lo que se presumía había sido la causa del siniestro.
“Supónese que si bien las condiciones marineras del ‘Valbanera’ eran más que suficientes para resistir una tromba, podría ser muy bien una avería en las máquinas o timón, lo que hubiese dejado sin gobierno en medio del temporal y que un golpe de mar le hubiese destruido la instalación de telegrafía sin hilos impidiendo pedir socorro ni dar cuenta de su situación comprometida, yendo a chocar contra uno de los numerosos arrecifes que existen en aquellos mares. Se da por verosímil esta suposición puesto que en esta época del año suelen desarrollarse en el Mar de las Antillas fuertes ciclones que pone en grave aprieto las embarcaciones más sólidas”.
Los pasajeros del trasatlántico «Montevideo», atracado en el puerto de La Habana desde el 7 hasta el 13 de septiembre –los últimos cinco días durante el ciclón-, tras su arribada a Nueva York afirmaron que en la noche del 9 de septiembre se había oído el bramido de la sirena de un vapor a la entrada del Morro.
Se divisaron con dificultad unas luces pero, según ellos, todo hacía suponer que se trataba del «Valbanera», ya que por entonces no se esperaba la llegada de ningún otro buque al puerto habanero. Los vigías del Morro descifraron las señales que el barco emitía insistentemente: la letra G del Código Internacional de Señales, dos destellos largos de luz seguido de uno corto: “necesito práctico”. Y aunque desde el atardecer estaba encendida la señal que indicaba que la bocana estaba cerrada, por morse se le comunicó la novedad y, al mismo tiempo, se le recomendaba corriera mar afuera el temporal hasta que éste amainase.
Los pasajeros manifestaron que el ciclón “fue horroroso, causando numerosas víctimas y grandes daños” en La Habana, pues inundó muchas calles y causó grandes destrozos en muchas casas. Cuando amainó el temporal, el barco continuó su viaje el 13 de septiembre, “y al salir nada se sabía del ‘Valbanera”.
Ese mismo día arribó a La Habana el trasatlántico «Infanta Isabel», con 1.600 pasajeros a bordo, procedente de La Coruña y Cádiz. Al recalar frente al morro habanero recibió un radiograma de la casa consignataria, donde le informaba que se ignoraba el paradero del «Valbanera», encargándole que tratara de localizarlo por telegrafía y le prestara auxilio. El “liner” de Pinillos también había sido alcanzado por el temporal, lo que le causó destrozos importantes, sobre todo en las antenas de la radiotelegrafía, por lo que quedó incomunicado durante unas horas hasta que se reparó la avería.
Los tripulantes del trasatlántico «Infanta Isabel» manifestaron que mientras funcionaron los aparatos, se recibió un mensaje que informaba del naufragio de la goleta Méjico, y después de arreglado supieron que había varios barcos accidentados y averiados en el canal de la Florida.
A propósito de la llegada a La Habana del buque «Infanta Isabel», el periódico cubano «Heraldo Comercial» acusó públicamente al consignatario de Pinillos en la capital cubana, Santa María & Cía, de ser los “únicos responsables” de la catástrofe del «Valbanera»: “A medida que van llegando noticias del naufragio del Valbanera, se va haciendo más palpable la culpa, que de él corresponde, a los consignatarios de este barco en La Habana”.
La suposición de que el barco estuvo dos días embarrancado, espacio de tiempo en el que el trasatlántico «Infanta Isabel» pudo haber salido en su búsqueda y así auxiliar a los náufragos, chocó con la oposición del consignatario, que “lejos de acceder a la petición que se le hizo, hubo de responder a los solicitantes, de que ‘esa’ operación costaba mucho dinero”. Y agrega, más adelante: “El señor Santa María es soberbio y fuerte, de ir a bordo del ‘Valbanera’, de fijo que el vapor no se pierde. En los instantes en que flaqueaba, amenazando con sumergirse entre las ondas embravecidas, les hubiese dado aliento, gritando como diez, que gritaba César a la barca en medio de la tempestad: ¡Llevas a Santa María!».

Otras víctimas
No fue sólo el trasatlántico «Valbanera» la única víctima del terrible ciclón que asoló las costas cubanas. En los bancos de la Florida se encontraba varado el vapor norteamericano «El Mar», de la naviera Southern Pacific, mientras que en Cayo Sombrero estaba un petrolero de la Standard Oil y en la costa de tierra firme una draga con 14 tripulantes que, de modo milagroso pudieron ser salvados por un marinero español, José Pita, con grave riesgo de su vida.
Los trasatlánticos norteamericanos «Monterrey» y «México» –propiedad, ambos, de la compañía Ward Line- sufrieron graves averías, mientras que otro barco de la misma compañía, «Corydon», resultó hundido con 27 de sus tripulantes. Igual suerte tuvieron los buques «Lake Lodaner» y «Lake Duval», mientras que los petroleros británicos «War Mogoul» y «War Jandoll», sufrieron averías de mucha consideración y estuvieron a punto de naufragar cuando navegaban en demanda de La Habana.
Durante el ciclón, en el puerto habanero, todos los barcos atracados recibieron la orden de reforzar amarras y, aún así, el carguero norteamericano «Hillsbrough County» rompió las suyas, quedó al garete y embistió a otros hasta varar en la orilla. La marejada rompió los diques e impulsada por el ciclón la mar inundó la casa de salud La Internacional, de la Asociación Canaria. Los enfermos fueron trasladados a los hospitales Calixto García, Las Ánimas y Mercedes y también a los centros de Dependientes y Gallego.
En Key West -o Cayo Hueso, si se prefiere- y por telegrama cursado a La Habana, los daños fueron realmente catastróficos y según estimaciones de entonces, se calculaban en más de tres millones de dólares sólo en lo referente a intereses y empresas particulares, pues en la Estación Naval las pérdidas rebasaban ampliamente el medio millón de dólares.

El periódico tinerfeño «La Prensa», que hizo un puntual seguimiento del suceso, argumenta la tragedia de los infortunados emigrantes del trasatlántico «Valbanera» en un artículo publicado el 22 de septiembre, que se expresa en los siguientes términos:
“El nombre ya tristemente célebre del ‘Valbanera’ vuelve con la influencia fatídica de hace algunos meses, a sembrar de luto y llanto estas olvidadas peñas del Atlántico. Fue primero trayéndonos la desolación y la muerte de mares lejanos; ahora es llevándose a nuestros hermanos y a nuestros hijos a morir en esa misma lejanía, en la angustia horrible de un naufragio.
La catástrofe ha sido espantosa, casi única por las circunstancias excepcionales de maldición, de “jetatura” horrenda, en que se ha desarrollado y, sobre todo, pesa doblemente la desgracia hiriendo en lo más íntimo nuestra sensibilidad, por la inseguridad y la incertidumbre que las noticias incompletas y contradictorias han determinado.
Esta es la hora –cuando las presentes líneas se escriben- en que hay centenares de familias que no saben a ciencia cierta la suerte, que en el desagraciado viaje corrieran seres queridos del alma; madres y esposas, hijos pequeños y desvalidos. Aguardan con ansia infinita que la terrible incógnita se desenvuelva, aunque con ella sea aún más horrible, o una sangrienta puñalada lo que reciban.
Y la pena también, contrista y sobrecoge el ánimo, pensar en el sino desventurado de esos infelices labriegos, gente desheredada de la vida, abortos del infortunio y la miseria, que abandonaron el país natal con la santa esperanza de ganar, trabajando, el sustento y la paz que la patria explotada y preterida las negaba.
Allá se fueron esos desventurados en busca de otras tierras y otros cielos, en donde el derecho a la vida ¡sea un derecho!.
Allá fueron esperanzados, pero tristes; saludando un porvenir y a la vez despidiendo un amor.
Allá se fueron a morir cuando ya la visión de la nueva tierra y las auras del nuevo cielo, habían besado sus ojos y su frente; y menos mal si el silencio eterno guarda el secreto de otras muchas explotaciones, de otras muchas iniquidades que antes de marchar sufrieron.
¡Descansen en paz los muertos!… y si algunos se salvaron, vengan pronto a nuestros brazos devolviéndonos el tesoro de su juventud y su alegría!”.
(continuará)
Bibliografía
– Díaz Lorenzo, Juan Carlos. La Palma, escala en la ruta de América. Madrid (2001).
– García Echegoyen, Fernando. El misterio del Valbanera. Madrid (1997).
– López Isla, Mario Luis y Vázquez Seara, Esther Lidia. Valbanera. El Titanic de la emigración canaria (en la prensa de la época). Santa Cruz de Tenerife (2000).
Fotos: Archivos de Fernando García Echegoyen y Juan Carlos Díaz Lorenzo