El orden gótico es una síntesis de una época de esplendor y nuevas fuerzas, de madurez y de impulsos revolucionarios. Representa el tránsito de lo rural a lo urbano, del poder de la nobleza a la monarquía nacional, del derecho dominial al derecho comercial, de la patrística a la escolástica, del románico al gótico, la evolución de la estructura productiva hacia formas económicas fundadas sobre el auge del intercambio.
El siglo XI se caracteriza por la expansión del poder marítimo de las ciudades lombardas al conjunto del Mediterráneo y en el Norte por la apertura de las rutas comerciales en el Báltico hasta las plazas de Escandinavia y Finlandia. Para la época de la aparición del gótico en el norte de Francia, toda Europa vivía un clima de un febril tráfico comercial, a cuya cabeza se encontraban hombres nuevos, los “mercatores”, un grupo social de orígenes discutidos pero de características bien definidas.
Gentes a quienes les guíaba sólo su afán de lucro, hombres libres que en sus inicios no producen nada, dedicándose solamente al transporte, organizados en caravanas y flotillas armadas, las hansas con las que recorrían las inseguras rutas europeas. El desarrollo del tráfico comercial les llevó a establecer una residencia fija en aquellos lugares favorables para su actividad, especialmente en los puertos, que eran nudos comerciales. Estos eran antiguos puertos romanos, castellanías o burgos edificados en torno de sedes episcopales. El antiguo burgo debió incluir a los caseríos construidos extramuros y comenzó a ser designado con el nombre de arrabal o nuevo burgo, de ahí que, desde comienzos del siglo XI, se llamara a sus habitantes burgueses.
Durante todo el siglo XII debieron realizar grandes esfuerzos en una lucha sorda y encubierta para lograr que las aspiraciones cotidianas ligadas a su práctica profesional y social pudieran integrarse al mundo románico para el que resultaban inadecuadas. La Iglesia compartió el sentimiento de renuencia con que la antigua sociedad recibió a los nuevos burgueses, declarándose hostil a la vida mercantil y apreciando en la búsqueda de riquezas un peligro para el alma, por lo que prohibió el ejercicio del comercio a los clérigos.
La burguesía vino a cumplir un papel catalizador mediante el cual, con el paulatino ascenso del poder real, condujo a Europa a la formación de los estados occidentales y a la creación de una verdadera monarquía pontificia. Bajo el influjo del nuevo estilo de vida que los burgueses impusieron en las ciudades, aparecieron multitud de hechos que contribuyeron decididamente al cambio en la visión del mundo y que preanunciaron el pasaje del orden románico al gótico.
Se produjo entonces el desarrollo de las universidades, ante la necesidad de estos nuevos comerciantes de saber leer y escribir, consiguiendo con ello arrancar de las manos de la Iglesia el monopolio de la instrucción, lo que contribuyó a generar en el seno de las corrientes de pensamiento un movimiento renovador de connotaciones racionalistas, conocido como el tomismo.
Los choques que se sucedieron en todos lados, originados por la oposición entre el derecho dominial y el derecho comercial, entre el intercambio en especie y el intercambio en dinero, entre servidumbre y libertad, llevaron a la paulatina laicización de la vida europea en un proceso que, impulsado por las clases burguesas, culminó con la creación de una nueva etapa en la historia medieval europea. En medio de estos conflictos en las ciudades, la burguesía concibió una administración civil a cargo de la cual quedó la constitución del sistema financiero y contable, las escuelas, los reglamentos comerciales e industriales y los trabajos públicos (mercados, canales, correos, distribución de aguas y recintos urbanos).
Aún para la Iglesia, que mantuvo su hegemonía durante toda la Edad Media, el renacimiento urbano está en la base del movimiento que quebró el encierro del monasterio rural. A principios del período gótico la gran misión cultural y económica de los monasterios había llegado a su fin, porque su protagonismo como conservadores del conocimiento había sido asumido por las universidades y porque su importancia económica había sido superada por las ciudades [1].
Las grandes catedrales góticas fueron las mayores empresas económicas de la Edad Media. La catedral, por definición sede de un obispo, tenía que estar ubicada en la ciudad. “En ella el pasado y el presente se reunían en un solo sentimiento amoroso. La catedral era la conciencia de la ciudad” (…) “El arte de las catedrales dignificó ante todo, en Europa, el renacimiento de las ciudades” [2].
El arte gótico es la consecuencia del refinado logro intelectual y estético de una sociedad altamente desarrollada, que había roto sus vínculos con el feudalismo. Abades y obispos, monjes y sacerdotes no se limitaron a preocuparse por las almas de los fieles, sino que se convirtieron en protagonistas de la vida ciudadana y se interesaron, como nunca lo habían hecho hasta entonces, por el poder, por los bienes materiales, de tal manera que ello provocaría, en numerosas ocasiones, enfrentamientos con la nobleza, con los soberanos y hasta con el mismo emperador.
En este clima de tensión, las instancias religiosas para celebrar la fe cristiana y la imagen de Dios con la edificación de nuevas y grandes iglesias coexiste con otros dos elementos. Por un lado, el legítimo orgullo de los obispos y de los burgueses ricos de las grandes ciudades, protegidos tras sus poderosos muros, para sorprender y encantar al mundo con las gigantescas catedrales que dominan las ciudades y que son visibles desde muy lejos. Por otro, las enseñanzas de una filosofía (la escolástica), que encuadra de forma armónica todo el saber de la época y afirma la posibilidad de llegar a Dios, además de la fe, a través de la razón. Se llega a Dios con un esfuerzo complejo pero refinado del pensamiento, rígidamente formal pero rico en sutilezas: los mismos conceptos que, en la arquitectura, inspiran las catedrales góticas, su ascensión hacia Dios a través de complejas pero esbeltas construcciones, formalmente rigurosas pero también ricas en detalles.
La enfática verticalidad de tales edificios revela las transformaciones del gusto, del pensamiento filosófico, traducidos en la arquitectura en una renovación de la técnica mediante la introducción de una serie de elementos originales típicos del estilo gótico: el uso del arco apuntado, en lugar del arco de medio punto; la bóveda de crucería ojival; el empleo de arbotantes y contrafuertes [3].

Sin embargo, en opinión de Víctor Nieto Alcaide, uno de los grandes expertos en el tema, hay dos elementos del gótico que no tiene precedente y paralelo: la utilización de la luz y una relación original entre la estructura y la apariencia, componentes que serían los característicos de la arquitectura gótica. Así, mientras que la arquitectura románica o bizantina supeditaba la estructura al fin artístico, donde lo que había que destacar era lo ornamental, en el gótico ocurría todo lo contrario, la decoración se hallaba subordinada al dibujo que formaban los elementos estructurales, los nervios de las bóvedas y los fustes sustentantes, todo lo cual determina el sistema estético [4].
Desde el siglo XIX, el arte gótico, como pocos estilos artísticos, ha sido objeto de numerosos intentos de definición y de muy diversas interpretaciones. A partir de entonces se produjo una revalorización de este periodo debido a movimientos historicistas y románticos. En la actualidad, el arte gótico está considerado como opus francigenum, formado a partir de 1130 en el dominio real capeto de L’ Île de France (la isla de Francia), desde donde se difundió por los reinos europeos.
Sin embargo, el largo desarrollo en el tiempo del estilo gótico, desde mediados del siglo XII hasta los inicios del siglo XVI –prolongándose, incluso, aún más en algunos países durante la Edad Moderna–, provocó profundos cambios formales, por lo que es preciso reconocer, dentro del mismo, etapas cuya denominación no es uniforme. Es el caso de la arquitectura gótica francesa, en la que se reconocen los períodos denominados preclásico, clásico, radiante y flamígero, mientras que en la arquitectura gótica inglesa se señalan sólo tres: Early English, Decorated Style y Perpendicular Style.
Aunque la difusión europea del estilo se realizó a partir de las catedrales francesas, sobre todo en los países del Sacro Imperio Romano Germánico o en los reinos de España, encontramos el caso de Inglaterra en que, debido a su condición insular, desde un primer momento se desarrolló un fuerte carácter nacional. En Italia se introdujo con dificultad y pronto sería sustituido por el Renacimiento. De modo que la diversidad geográfica es la nota dominante, acentuándose, cada vez más, a medida que avanza el período gótico las características nacionales y aún regionales, debido a la fragmentación política de entonces, hoy desaparecida bajo los estados nacionales.
En consecuencia, el mantenimiento de la denominación de gótico para un período tan extenso, durante el que se producen importantes y profundas transformaciones, y en territorios tan poco homogéneos y con tantas variantes geográficas, en opinión de Gonzalo M. Borrás, “ha de entenderse más como un instrumento de periodización cultural –la época gótica-, prácticamente sinónimo de Baja Edad Media, que como un estilo artístico unitario, concepto hoy en día en quiebra. Por esta razón, las caracterizaciones puramente formales han sido paulatinamente sustituidas por una interpretación cultural, que pone el énfasis en los cambios operados en las estructuras políticas, económicas, sociales y de pensamiento de la Baja Edad Media” [5].
Conviene recordar que el término gótico fue empleado por primera vez por los tratadistas del Renacimiento, en sentido peyorativo, para referirse al arte de la Edad Media, al que ellos consideraban inferior y bárbaro (godo, de ahí el término gótico) comparado con el arte clásico. El gótico convivió con el románico, a lo largo de la Baja Edad Media, y hoy en día se considera uno de los momentos más importantes desde el punto de vista artístico en Europa.
A diferencia del románico, donde se representan los grandes misterios escatológicos, en el gótico se gira a las cosas y los problemas próximos. De la representación de símbolos o concepciones metafísicas a lo experimentable, lo individual, lo visible. Las cosas singulares ya no necesitan una justificación ultramundana para ser objeto de representación. Para la nueva concepción religiosa, ninguna categoría del ser está completamente olvidada de la mano de Dios. Cada uno expresa lo divino a su manera y es, por lo tanto, digno de ser representado por el artista.
La naturaleza se vuelve objeto de interés y es considerada digna de ser descrita en sí misma, lo cual es posible porque dentro de los nuevos parámetros del pensamiento medieval la naturaleza hace transparente la espiritualidad y no está completamente desprovista de ella, como sucede con el románico.
El naturalismo del gótico se expresa en su forma más coherente en la representación del hombre. Una visión totalmente nueva, opuesta por completo a la abstracción y la estereotipia románica, dirige su interés a lo individual y característico. Mientras en el rostro del Cristo románico encontramos una mirada insostenible, expresión descarnada de su potencia divina y niega con su presencia todo valor a la realidad terrenal, los Cristos góticos o las figuras del Antiguo y Nuevo Testamento tienen rostros humanos.
A pesar de su idealización, nos remiten a nuestro mundo cotidiano. Las cejas y los pómulos están suavemente delineados, las comisuras de los labios y las arrugas de la frente parecen pliegues de la piel y ya no son líneas decorativas. No son retratos, simétricos y plenos, sin defectos, sin ningún signo distintivo, sino que tienen todos un aire familiar. No reflejan un individuo en particular sino a la humanidad en general. La representación de los hombres del gótico, así como la de los animales, mantiene una relación ambigua, refiriéndose a formas naturales sin transcribir realidades particulares.
La flora ornamental románica estaba tomada de motivos antiguos. En la época gótica, en cambio, hojas y flores se refieren al occidente europeo. Sin embargo, no pertenecen a ninguna especie en particular. Al mismo tiempo, los artistas del gótico se esforzaron por representar un mundo despojado de particularismos porque ponían el acento en los grupos, en las características comunes de los conjuntos [6].
(*) Licenciado en Historia del Arte. Universidad de Santiago de Compostela.
Notas
[1] Baldeón Baruque, Julio. Historia general de la Edad Media (siglos XI al XV). Manuales Universitarios de Historia. Madrid, 1971.
[2] Sebastián López, Santiago. Mensaje simbólico del Arte Medieval. Encuentro Ediciones. Madrid, 1994.
[3] Frankl, Paul. Arquitectura gótica. Manuales Arte Cátedra. Madrid, 2002.
[4] Nieto Alcaide, Víctor. La luz: símbolo y sistema visual. Editorial Cátedra. Madrid, 1981.
[5] Borrás Gualis, Gonzalo. La arquitectura gótica. En Historia del Arte. La Edad Media, dirigida por Juan Antonio Ramírez. Alianza Editorial. Madrid, 2003.
[6] Frankl, Paul. Op. cit.
Fotos: umviajante.com.br y es.rfi.fr.