Si en el tiempo en que nos ha tocado vivir admiramos y disfrutamos de este edén terrenal enclavado en el norte de Tenerife denominado Rambla de Castro, cuánto más pudo serlo a finales del siglo XIX, cuando Carl Norman captó esta imagen en 1893. Se trata de un enclave de un gran valor paisajístico en la zona costera del municipio de Los Realejos, de 45,9 hectáreas de superficie, que tiene protección de espacio natural y área de sensibilidad ecológica, en el que conviven en gran armonía un notable palmeral, dragos, tarajales y otras especies vegetales y animales, así como varios elementos arquitectónicos destacados.
Citaremos la casona de los Castro, del siglo XVI, construida por el mercader y hacendado de origen portugués Hernando de Castro, que estuvo al servicio de la corona de Castilla durante la conquista de Tenerife por el adelantado Alonso Fernández de Lugo, así como sus jardines y explotaciones agrícolas colindantes, en otro tiempo dedicadas a la caña de azúcar y viñedos.
La ermita de San Pedro data también del siglo XVI, aunque sería reedificada en el siglo XVII y acoge una imagen del apóstol, venerada por la feligresía de la zona.
El fortín de San Fernando, construido a finales del siglo XVIII. En la actualidad conserva tres de las cinco troneras que poseía en 1808, según la obra realizada por Agustín de Bethencourt y Castro.
Y el edificio, en ruinas, de la sociedad Aguas de la Gordejuela, construida a comienzos del siglo XX a iniciativa de la familia Hamilton, equipada con una máquina de vapor –se dice que es la primera de su tipo instalada en Tenerife– que elevaba el caudal para el riego en las zonas de cultivo del valle de La Orotava y un molino harinero próximo.
Este edén del norte de Tenerife ha sido ponderado por visitantes y escritores ilustres que han visitado la zona. Viera y Clavijo, nacido en Los Realejos, dice que era “una hacienda deliciosa de terreno amenísimo”. Adolphe Coquet la describe como “una bonita villa rodeada de palmeras y cuyos jardines, regados por manantiales que salen de las rocas cercanas, siguen los mil vericuetos de las grietas en las que, de alguna manera, están suspendidos”. Sabino Berthelot afirma que se trata de “los jardines de Arminda sin necesidad de la mano del hombre”.
El astrónomo francés Jean Mascart se refirió a “el Edén que se extiende hasta las olas del mar”. A finales del siglo XIX, Jules Lecqlerq escribe que “las palmeras de la Rambla de Castro me hicieron soñar con encontrarme en la célebre alameda de Río de Janeiro” y a comienzos del siglo XX el educador y escritor palmero Benigno Carballo Wangüemert dijo que “no hay entre La Orotava e Icod un rincón más admirable y más hermoso que éste”.
Existe una ruta de senderismo, de cuatro kilómetros de recorrido, conocida como Sendero del Agua, que recorre esta zona singular delimitada entre la Playa de los Roques y el mirador de San Pedro. Un puente de madera salva el barranco de Godínez y podemos admirar el acantilado y la playa de la Fajana –a la que se accede por un túnel de unos cien metros–, de cantos rodados, el Roque del Camello, el estanque Madre del Agua repleto de nenúfares y la cueva del Naciente de Madre del Agua.
Foto: Carl Norman (archivo de Miguel Bravo)