Cuatrocientas singladuras conformaban el periodo necesario para completar las prácticas en la primera etapa de la carrera, de las cuales trescientas las realicé a bordo del “Satrústegui”, lo cual supuso algo más de un año de permanencia en un buque cuyas experiencias y vivencias fueron muchas y variadas, algunas ya contadas.
En aquella época la línea regular asignada unía el Mediterráneo con las Antillas y algunos países ribereños del Caribe. El pasaje que utilizaba este modelo de transporte era variopinto y complejo, desde emigrantes de ida y vuelta, a altos ejecutivos que por placer optaban por un viaje que les liberase del estrés y las responsabilidades del trabajo durante varios plácidos días navegado por el Atlántico. Esto es lo que aparentemente hacía una pareja cuya peripecia os relataré hoy
En el puerto de Marsella embarca un ciudadano francés de elegante porte junto a una bella joven polaca. Como equipaje les acompaña un equipo de maletas de una conocida marca francesa y un impecable Citröen Tiburón al que se le encontró sitio en uno de los entrepuentes de la bodega número uno. La elegancia de los distinguidos pasajeros no pasó desapercibida entre la tripulación, pues ocupaban la única suite de que el buque disponía. Durante la corta travesía Marsella-Barcelona no tardaron en relacionarse con la oficialidad, él decía ser abogado y ella su secretaria particular y que se trasladaban a EE.UU. vía Mejico, con el lúdico y único deseo de conocer el país y pasar unas merecidas vacaciones.
El francés casi duplicaba en edad a su “secretaria”, compartía con ella una extraña relación, puesto que la forma de tratamiento distante y jerárquico que en público utilizaban, chocaba con la ocupación del mismo camarote de doble cama que ambos compartían. Estando en navegación abierta de Cádiz a San Juan de Puerto Rico, ambos establecieron cordial contacto con algunos miembros de la tripulación y pasaje por afinidad de edades y preferencias. El francés siempre vestido de impecable Príncipe de Gales, solía entretener parte del tiempo con la lectura, cómodamente apostado en alguna hamaca de la cubierta de paseo y una nocturna partida de póker, compartiendo como compañeros de mesa al capitán, jefe de máquinas y el primer telegrafista. Este último solía incomodarse con frecuencia al término de cada partida, debido a que el ganador resultaba ser con frecuencia el pasajero francés; más que por lo perdido, que solían ser unas pocas pesetas, al inconsolable telegrafista le exasperaba la impotencia ante la supremacía del tahúr.
En alguna ocasión accedí a la petición de Anthony, que era el nombre del personaje, y lo acompañé a visitar la sala de máquinas; como persona de letras que decía ser, le producía un especial morbo, yo diría que hasta cierto miedo tanta combinación de máquinas y ensordecedor ruido. También solicitó en alguna ocasión permiso para ser acompañado hasta la bodega para “recoger del coche algún objeto” o bien “revisar su estado tras un pequeño temporal corrido a la altura de las Azores”. El carácter extrovertido del francés y su generosidad en los bares a la hora de invitar, hicieron que se granjease la confianza y amistad de pasajeros y algún tripulante gorrón.
Aprovechando la primera escala del viaje en puertos americanos, San Juan de Puerto Rico, la pareja nos invitó a dos de los alumnos con los que habían mantenido más contacto durante la travesía a comer en tierra y hacer una visita turística a la ciudad. Durante nuestra ausencia del buque se personan a bordo tres personas, dos hombres y una mujer, que se identifican como miembros del FBI. Tras presentarse al capitán le preguntan dónde se encuentra el individuo que le muestran en una fotografía; éste les responde que ha salido a tierra junto a su acompañante y que lógicamente retornarán antes del zarpe del buque.
Cuando finalizada la visita retornamos a bordo, observamos sorprendidos cómo en el momento en que la pareja pisa la cubierta principal y sin que medie diálogo o pregunta alguna, son inmediatamente engrilletados por los miembros del FBI, quienes tras proceder al cacheo de ambos al más clásico estilo americano, les muestran las correspondientes placas identificativas camufladas tras las solapas de la chaqueta. Al francés se le cambia el color de la cara e inmediatamente pide a los agentes que liberen de los grilletes a la dama por nada tener que ver con ella el motivo de sus pesquisas; los agentes acceden a la petición a la vez que se miran entre ellos de forma cómplice como reconociendo que estaban en buen camino; se dirigen al camarote que los sospechosos ocupaban para en su presencia y el primer oficial proceder a un registro a fondo y nada encuentran.
Tras mostrar al capitán las correspondientes acreditaciones y autorizaciones, solicitan que se proceda a sacar el coche, propiedad de los detenidos, de la bodega para someterlo a inspección y registro. Se le dan instrucciones al oficial de guardia para que con la ayuda de la marinería y los correspondientes puntales sea sacado el automóvil de la bodega.
Desde el alerón de babor el primer oficial y quien os lo cuenta, una vez depositado el vehículo sobre cubierta, observábamos como los inspectores del FBI procedían a un registro minucioso; tras algo más de media hora de fiscalización y notablemente cansados, uno de los policías apoyado un codo sobre el techo y el pie derecho sobre el estribo, intuimos por su reacción, que éste ha tenido la sensación de que la parte baja del coche inspeccionada con anterioridad, no coincide en altura con lo que está pisando; tras varias verificaciones y desde donde se encuentran, vociferan al primer oficial Pepe Amores, si les podemos facilitar alguna herramienta de corte, respondiendo afirmativamente, y le preguntamos si les podemos ayudar.
Tras subir una herramienta de corte del taller de máquinas, se la entrego a los miembros del FBI y pudimos comprobar cómo la miran con cierta reticencia. Entonces me ofrezco a colaborar y les pregunto qué es lo que quieren cortar; me indican la zona del piso donde quieren efectuar una pequeña cesárea y procedo con el trabajo; iniciado el corte y una vez el disco ha avanzado unos centímetros, un polvo blanco sale proyectado con fuerza impulsado por el giro del disco cortante, acabando sobre mi cara e introduciéndose parte en la boca; el sabor del desconocido polvo era sumamente desagradable y extraño, las gafas protectoras impidieron que también me entrara en los ojos. El francés, esposado, presenciaba como testigo mudo la operación, me dijo:
-No te preocupes Juan, es heroína pura y sin adulterar, enjuágate la boca, no correrás peligro alguno. La verdad es que el caballo no me gustó nada…
Casi cien kilos de heroína pura que con forma de salchichas ocupaban, perfectamente estibadas, el doble fondo del lujoso auto. En aquella época aún no se había iniciado, o estaba en sus comienzos, el tráfico de la cocaína colombiana. Las mafias de aquel país estaban más ocupadas en el negocio de las esmeraldas que en el narcotráfico. Era la mafia francesa y específicamente la marsellesa la que por entonces mantenía la hegemonía del negocio de la droga a nivel mundial.
Unos días después del suceso otro coche de las mismas características embarcaría en el buque “Virginia de Churruca” en el puerto francés .Durante la travesía Marsella-Valencia, el mafioso “camello” recibe un telegrama a bordo con el texto ”niño enfermo desembarca”, clave para indicar que algo malo estaba ocurriendo. Cuando la Guardia Civil, alertada por la DEA americana se persona a bordo, el narcotraficante había tenido tiempo suficiente de desembarcar y desaparecer.
Así transcurrió mi primera experiencia con el criminal mundo de las drogas. En otras muchas tendría ocasión de vivir y a veces sufrir, durante los dilatados años al servicio en una compañía que mantenía algunas de sus líneas en las rutas más calientes del mundo en este sentido.
Se dio la circunstancia de que pasados unos años, el primer oficial citado, excelente náutico y cordial compañero, fue contratado por la Autoridad Marítima Guatemalteca como práctico del puerto de Santo Tomás de Castilla, lugar en que perdiera la vida la vida de forma trágica y nunca lo suficientemente esclarecida.
Así sucedió y así lo cuento.
(*) Jefe de máquinas de la Marina mercante española