En los primeros meses de la Guerra civil española, y dado que Cartagena había quedado leal al Gobierno de la República, su puerto y sobre todo su Arsenal se convirtió en “blanco prioritario” de la aviación sublevada, sufriendo la ciudad intensos bombardeos, circunstancia esta que ya sería una constante hasta que callaron las armas en la primavera de 1939.
Una de las medidas que adoptaron los dirigentes municipales fue la de construir refugios para que la población civil pudiera resguardarse de los bombardeos, así como algunos “búnkeres” en diversos lugares estratégicos de la ciudad y si bien los refugios siguen casi intactos —de los cuales a día de hoy alguno de ellos está musealizado—, los búnkeres serían todos demolidos, siendo los últimos en hacerlo el que se había levantado en lo que hoy es la explanada que existe junto a las llamadas “casas de Peralta”, o posteriormente el que existía en las inmediaciones del Hospital Naval, pegado a uno de los tramos de la muralla de Carlos III, concretamente en la rinconada del baluarte nº 21 y que desaparecería finalmente a mediados de la década de los años ochenta, en cuyos trabajos de demolición colaboraría la Armada mandando especialistas en explosivos, al ser la forma más rápida de lograr su derribo, dado el grosor de sus muros.
Casi de manera simultánea, los mandos del Arsenal adoptarían, y por la misma razón, una medida similar, construyendo también refugios y búnkeres dentro del recinto militar, y también como ocurriera con los de la ciudad, el paso del tiempo ha permitido que los refugios sigan existiendo hoy en día, no así los búnkeres —hubo también varios—, siendo dedicadas estas líneas al que existió en la explanada de la Base de Submarinos.
Así, tras el fin de la Guerra Civil española y al objeto de no demolerlo “así por las buenas”, y por dejar pasar “un tiempo prudencial”, quizás pensando por si habría que volverlo a utilizar como tal refugio, una vez que dejó de tener el uso para el que fue concebido y construido, se decidió darle otros usos, concretamente dos, bien distintos.
La parte de derecha del búnker se convirtió en calabozo, mientras la parte izquierda albergaría la Estación de TSH, que es como se conocían en aquellos años la instalación de los equipos de Telegrafía sin Hilos, o lo que es lo mismo, la Estación Radio de la Flotilla de Submarinos, dependiente del Estado Mayor, cuyo distintivo de llamada era ET5 y que estaba dotada con un par de antiguos equipos, en concreto un TRT4 Marconi y un TCS12, que estuvieron rindiendo a satisfacción hasta mediados de la década de los años setenta del pasado siglo XX, en que finalmente —ahora sí— se decidió su derribo, entre otras razones por la reubicación de nuevos y actualizados equipos de comunicaciones en un nuevo espacio, dentro del edificio principal que alberga la Jefatura de la Flotilla.
Su demolición, que duró varias jornadas y para el que hubo de solicitarse la colaboración de personal especialista en explosivos —estaba hecho, nunca mejor dicho “a prueba de bombas”—, permitió que la explanada de la Base de Submarinos recuperase toda su amplitud, siendo uno de los últimos “servicios prestados”, al margen de las ya citadas de Estación Radio y calabozo, la de servir de lugar junto al que se instalaría un altar para la misa de campaña que se haría un lejano 7 de febrero de 1974 con motivo del asesinato del presidente del Gobierno, almirante Carrero Blanco, que era submarinista, acto al que corresponden las imágenes que acompañan este texto.
Fotos: archivo de Diego Quevedo Carmona