El gran protagonista de la historia del aeropuerto de El Hierro en su primera etapa, que abarca desde su inauguración en 1972 hasta 1989, en que aparece Binter Canarias, fue el avión Fokker F-27 de la gran Iberia –luego de Transeuropa y AVIACO–, aquella compañía extraordinaria que tanto significó en la modernización del transporte aéreo de España.
En 1967 contrató con el prestigioso fabricante aeronáutico holandés Fokker la construcción de ocho aviones Fokker F-27 de la serie-600, al precio unitario de 74 millones de pesetas, que fueron entregados entre septiembre de 1967 y mayo de 1968. Recibieron nombres de ríos de la geografía nacional (“Ebro”, “Tajo”, “Guadalquivir”, “Duero”, “Miño”, “Segura”, “Guadiana” y “Pisuerga”) y cada uno de ellos tenía capacidad para 44 asientos, dos pilotos y una azafata.
La operatividad de la flota Fokker alcanzó un elevado grado de satisfacción y popularidad, un hecho que se consolidó con la familiaridad de sus tripulaciones, entre los que destacaron –y aún hoy son gratamente recordados–, los comandantes Vicente Ramos Hernández (jefe de flota) y Álvaro González Tarife (instructor), ambos naturales de Tenerife y dos figuras relevantes de la aviación comercial española. El servicio a bordo alcanzó un reconocido prestigio, en el que tuvo mucho que ver la entonces jefa de azafatas, Pilar Valero Nájera.
Otros comandantes del Fokker F-27 de Iberia en Canarias fueron Rafael Cubero Robles, Carlos Gómez Campos, Antonio Arias Ramos, Antonio Sendín, Santiago Díaz Pintado, José Antonio de Porras Brun, Sebastián Coronil Corchado y Cáceres Elbina y los hermanos Juan Carlos y Manuel Jaime Jiménez.
La profesionalidad de los pilotos del Fokker –tanto en la etapa de Iberia, como después en Transeuropa y AVIACO– se puso de manifiesto siempre, especialmente en aeropuertos difíciles como El Hierro, que entonces sólo tenía una pista de 1.050 m; Buenavista, en La Palma, considerado un portaaviones anclado en tierra y Los Estancos, en Fuerteventura. En aquellos años se produjo, además, una extraordinaria relación respetuosa y afectiva entre pasajeros y tripulantes, que eran considerados parte importante de la sociedad insular, a la que servían con dedicación y esmero y así fueron reconocidos en diversas ocasiones.
Foto: archivo de Raúl Álamo