Por espacio de casi treinta años, el nombre de Filiberto Lorenzo de Honor formó parte del entorno marítimo de Canarias. Desde comienzos de la década de los años sesenta se había convertido en el más importante de los armadores palmeros de cabotaje del siglo XX, aunque unos años antes había compartido espacio con sus contemporáneos Manuel Rodríguez Conde, Jacinto Lorenzo Rodríguez y Rosendo Hernández Medina.
Este llamativo personaje, que comenzó siendo un afamado cocinero y después de tres décadas de andadura naviera acabó rindiendo homenaje y experiencia a sus comienzos, tuvo una curiosa y variopinta flota de pequeños barcos y fue uno de los pioneros, junto con el armador lanzaroteño Antonio Armas Curbelo, en el establecimiento de un tráfico regular de mercancías con El Aaiún, capital del Sahara español.
Filiberto Lorenzo de Honor nació en Santa Cruz de La Palma el 16 de mayo de 1911. A la edad de nueve años iba a la escuela, pero se escapaba cada vez que llegaba el correíllo. Su padre, José Lorenzo, que era provisionista de los barcos, se enteró un día de las veleidades de su hijo y trató de poner remedio a la situación. “Si no sirves para estudiar, entonces ponte a trabajar”, le espetó. Un día se lo comentaba agriamente al capitán Eliseo López Orduña, de grata memoria, que estaba al mando del vapor “Viera y Clavijo”:
– «Mándamelo pa’ bordo», fue la respuesta del ilustre marino.
Y Filiberto, con nueve años y sin papeles –pues el enrole no se permitía hasta los 14– embarcó en el histórico correíllo, ayudando donde hacía falta, en la cámara y en la cocina, menos en cubierta y en la máquina, pues no le estaba permitido debido a su edad. Algo más de veinte años estuvo nuestro personaje navegando en los barcos de la Compañía de Vapores Correos Interinsulares Canarios –que en junio de 1930 se fusionó con Compañía Trasmediterránea–, hasta que decidió desembarcar en 1933, cuando se produjeron unas huelgas de la tripulación.
Luego navegó durante un tiempo en el buque “Sancho II”, de Álvaro Rodríguez López y cuando se desembarcó, Filiberto ya era un experto cocinero. En la capital palmera abrió primero una pensión en la calle Jorge Montero, y después el hotel “Ideal”, que al principio estuvo situado en la trasera de la plaza del mercado y después en su definitivo emplazamiento, entre las calles Real y Álvarez de Abreu, siendo en su tiempo uno de los establecimientos de referencia de La Palma. Por entonces su fama de buen cocinero era ampliamente conocida. En octubre de 1950, cuando el jefe del Estado, general Franco, desembarcó en el puerto palmero, Filiberto fue requerido por las autoridades insulares para que preparase el almuerzo de la comitiva oficial, que se celebró en la sede del Ayuntamiento de Los Llanos de Aridane.
En 1947 comenzó su andadura naviera con la adquisición del motovelero “Vicenta Moltó”. Al año siguiente se lo quisieron comprar para llevar a una expedición de emigrantes clandestinos a Venezuela. Filiberto declinó la tentadora oferta, pues entonces las necesidades de transporte eran muchas y el motovelero era una garantía para el transporte de carga general y combustibles –bidones de gasolina, gasoil y bombonas de butano– entre Tenerife y La Palma.
En esta misma época adquirió el motopesquero “Aridane”. Este barquito tuvo un destacado protagonismo con motivo de la erupción del volcán de San Juan. Cuando la lava cortó la carretera general del Sur, el 8 de julio de 1949, en unión del motovelero “Vicenta Moltó”, a requerimiento de las autoridades insulares, estableció un servicio continuo entre Santa Cruz de La Palma y Tazacorte, llevando personas, correspondencia y otros artículos de primera necesidad.
Con el paso del tiempo y las mejores perspectivas económicas, Filiberto Lorenzo mejoró la calidad del servicio del hotel «Ideal». Pese a que en aquella época el movimiento de turistas era escaso, contrató los servicios de una intérprete y fabricó un vivero de madera de tea para mariscos, que traía desde Tenerife y los anidaba en el fondo de la bahía del puerto palmero. Pero el gusto del público por la langosta y los langostinos era escaso y aquello no daba más que pérdidas. Un día se le ocurrió ofrecer “cenas americanas”, a cuatro pesetas el cubierto, con música y baile y un menú compuesto por consomé, langosta con mayonesa y solomillo. Las habitaciones también fueron mejoradas, algunas con ducha y teléfono, lo que constituía una novedad para la época.
Vendido el edificio del hotel «Ideal» al Banco Español de Crédito, Filiberto Lorenzo adquirió la agencia de aduanas Rocha, para ocuparse del despacho de las mercancías que transportaba y también fue corresponsal del Banco Central. «Pero ese negocio –decía– no me dio más que problemas con las letras, con talones sin fondo y un día, ya cansado, llamé a Tenerife y les dije que no seguía. El director me pidió explicaciones y yo se las dí. Su respuesta fue: parece usted de pueblo. Poco después abrieron una oficina en la ciudad”.
Sin embargo, el arranque definitivo de Filiberto Lorenzo de Honor como armador en el cabotaje interinsular se produjo a partir de 1950, con la creación de Naviera La Palmense y más tarde Buquera Palmera, con la que actuó como consignatario en Santa Cruz de La Palma. Metido a fondo en el negocio, compitió abiertamente con Álvaro Rodríguez López, Juan Padrón Saavedra, Antonio Armas Curbelo, los hermanos Hernández Medina, Jacinto Lorenzo y los hermanos Negrín, y a medida que el negocio fue creciendo también creció la flota con la adquisición de los buques “Guadarrama”, “Compostelano”, “Tío Pepe”, “Airoso”, “Aranguín”, “Nicolás Lafuente” y “Manen”. El primero de ellos, al mando del patrón Esteban Medina, se perdió en agosto de 1955 cerca de Lanzarote y sus tripulantes ganaron la costa después de seis días de penurias.
En julio de 1962, Naviera La Palmense inauguró un nuevo servicio semanal entre Santa Cruz de La Palma, Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas de Gran Canaria con el motovelero «Compostelano», en el que admitía «igualmente carga para las provincias españolas del África Occidental», según indica un anuncio publicado en «Diario de Avisos». Su propietario intentó rebautizar a este barco con el nombre de «Filiberto-José», lo que no pudo cumplir debido a los excesivos trámites burocráticos, volviendo a intentarlo años después cuando pretendió que los buques “Nicolás Lafuente” y “Aranguín” se llamaran “Filiberto José” y “José Miguel”, nombres de dos de sus hijos, empeño que tampoco pudo llevar a cabo.
Desde comienzos de la década de los años cincuenta, Filiberto Lorenzo mantuvo un servicio regular entre Canarias y El Aáiun. En la playa descargaban por medio de anfibios, haciendo el viaje de regreso cargado de arena para la construcción y para la playa de Las Teresitas, que descargaba en el dique del Este, en Santa Cruz de Tenerife. Ese tráfico se extinguió cuando se produjo la descolonización del Sahara y los barcos que le quedaban fueron enviados al cabotaje en Nigeria, donde quedaron para siempre, acabando así su aventura naviera.
El desarrollo agrícola del valle de Aridane, así como el incremento de las plantaciones plataneras en el Norte de La Palma y la costa de Fuencaliente, propició un intenso tráfico de camiones y palas mecánicas para el transporte de la tierra vegetal. Filiberto Lorenzo llegó a un acuerdo con Finanzauto para el traslado a La Palma de la maquinaria pesada y los vehículos a bordo de sus barcos.
Como quiera que en los puertos no se disponía entonces de grúas con potencia de izada suficiente para maniobrar pesos semejantes, el embarque se hacía mediante unos gruesos tablones de madera que se colocaban entre el muelle y la cubierta del barco, aprovechando la marea favorable. Luego se trincaban convenientemente mediante cuerdas y cadenas y hacían el viaje a La Palma, cruzando los dedos para que el paso por los roques de Anaga no deparara sorpresas. «Aquello era –recordaba el propio Filiberto–, de una parte, ignorancia y de otra ganas de hacer dinero». Al llegar a La Palma, había que esperar a que las condiciones de la marea permitieran el desembarque y Vallejo, el mecánico, se encargaba de las operaciones que entrañaban bastante riesgo. Eran otros tiempos.
El armador palmero comprendió pronto la necesidad de disponer de medios auxiliares propios en los puertos en los que operaba. De ese modo compró grúas y otros equipos y a partir de la década de los setenta, adquirió algunos contenedores frigoríficos para el transporte de productos perecederos –pescado, sobre todo– en competencia con Contenemar que, por entonces, se estaba introduciendo en el mercado interinsular canario. Otro de los barcos de esta etapa, “Airoso”, se hundió en mayo de 1969 en el estrecho de La Bocaina.
En 1970 comenzó una nueva etapa con la incorporación de su hijo Filiberto a la gestión de la naviera y la adquisición entre 1972 y 1973 de los buques «Condestito», «Manen», «Bahía de Santander», «Barredos», «Cazador», “Astilleros Gondán II», «Felguera» y «Reyes». En octubre de 1973, el periódico Diario de Avisos informa en su crónica portuaria firmada por José Casamajor Brito, del comienzo de la construcción de un nuevo buque en un astillero del Cantábrico –»Filiberto Lorenzo» sobre el proyecto–, diseñado para el transporte de contenedores, modalidad de transporte que entonces se imponía en el Archipiélago. Un mes después inauguró un servicio regular entre Barcelona, Alicante y Valencia con los buques fletados “Pachina” y “Moncho Reboredo”.
En septiembre de 1973 se registró la varada y posterior pérdida en Los Cristianos del buque “Condesito”, cargado de cemento. En abril de 1975, el buque “Astilleros Gondán II” se hundió en medio de un fuerte temporal cerca de la Isla de Lobos, con un doloroso saldo de vidas humanas y en ese mismo año, Filiberto Lorenzo abandonó el cabotaje y volvió a sus orígenes, cuando el negocio naviero estaba en manos de sus hijos.
Su fama de buen cocinero habría de reportarle todavía gratas satisfacciones. En La Matanza de Acentejo abrió el restaurante «Rosales», donde preparaba cazuelas de pescado y gofio escaldado, que él llamaba «puding» canario. En poco tiempo logró un sonado éxito. A la mesa de su restaurante se sentaron ilustres comensales, entre otros, el ex-presidente de Venezuela, Luis Herrera Campíns, «que llegó un día en mangas de camisa y como yo tenía tanto trabajo se puso conmigo a llenar las botellas de vino». Otro día llegó Mingote y dibujó una página en su libro de firmas, así como el político Julio Anguita, que también estampó una curiosa dedicatoria. Algunos mandos de la Capitanía General de Canarias, asiduos clientes de las cazuelas de Filiberto, le comentaron un día que el rey Juan Carlos iba a venir a Tenerife y que al monarca le gustaban esos platos. Filiberto se puso tan nervioso que les pidió, «por lo más que quisieran», que no le metieran en ese compromiso.
En octubre de 1990, Filiberto Lorenzo de Honor cerró definitivamente el restaurante y desde entonces disfrutó de un merecido descanso en su casa de Puerto de La Cruz, donde falleció el 7 de junio de 1999. Su memoria, que hoy evocamos, en su faceta de armador del cabotaje de Canarias, es un ejemplo de un hombre de su tiempo hecho a sí mismo.
Bibliografía:
Díaz Lorenzo, Juan Carlos (1993). La Palma y el mar. pp, 218-220 y 304-307. Presidencia del Gobierno de Canarias. Tauro Producciones. Madrid.
Fotos: archivos de José Ayut Santos y Juan Carlos Díaz Lorenzo