La fachada marítima de Santa Cruz de Tenerife, ciudad marinera y comercial abierta al Atlántico, se convirtió en el primer escaparate del establecimiento de los consulados del Reino Unido, Francia y Alemania, desde el último tercio del siglo XIX. Es de apreciar, no obstante, que la presencia consular británica en Tenerife se remonta a 1637, año en el que fue nombrado Henry Isham.
La presencia de los consulados era una consecuencia directa de la importancia comercial y marítima del puerto de Santa Cruz de Tenerife, convertido en estación carbonera para el suministro a los buques que cruzaban el Atlántico en sus largos viajes hacia América del Sur, África Occidental y Australia, pues aunque el canal de Suez estaba en servicio desde 1867 y acortaba considerablemente la distancia entre Europa y Asia, el otorgamiento de líneas imperiales mediante contratos oficiales sostenía un tráfico marítimo notorio.
Las banderas y las placas ovaladas visibles en las fachadas de las casonas solariegas de la calle La Marina, Castillo, El Tigre, Emilio Calzadilla y alrededores identificaban las sedes de los diversos consulados. La foto corresponde a la fachada marítima de la ciudad capital de Canarias, en la que la calle de La Marina ostentaba entonces el nombre de Eduardo Cobián y Roffignac (1857-1918), que había sido ministro de Marina (1903 y 1905) y de Hacienda (1910-1911), además de gobernador del Banco de España.
Foto: archivo de Miguel Bravo
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Y si hablamos de que, a parte del Castillo de San Cristóbal, también se cargaron una playa de más de 3 km de largo en el mismo frente de la ciudad, que abarcaba desde Los Llanos hasta prácticamente Valleseco y que hoy en día sería la Joya del turismo en la ciudad y primera fuente de ingresos, entonces ya habría que pedir el título de persona non grata a todos estos individuos, que mandaron a hacer semejante «atentado» en la capital.