A principios del ya lejano año 1975 me encontraba ejerciendo de primer oficial de Máquinas en el buque “Merced”. Como era habitual en la línea que el buque cubría, el último puerto en España solía ser Cádiz y en esta ocasión había prevista una escala en Lisboa antes de poner rumbo a las Antillas. Durante la estancia en Cádiz se recibe a bordo la visita de un miembro perteneciente una respetada y conocida familia de ascendencia inglesa y arraigada tradición monárquica, asentada desde hace más de un siglo en esta ciudad.
Unido por estrechos vínculos comerciales, y algunos personales con Compañía Trasatlántica, el visitante pide el favor al capitán Onzáin de hacerse cargo de una valija para entregar al cónsul español en Lisboa durante la próxima escala; comenta que éste permanecería pendiente de la llegada del buque para retirar personalmente el encargo. El capitán accede muy gustosamente a la solicitud.
Una vez que el visitante muestra su agradecimiento y se despide el capitán revisa lo recibido y comprueba que en uno de los laterales tiene una etiqueta adosada y mecanografiada en la que figura: “Sr. Embajador de España en Lisboa (a la atención de S.A.R. D. Juan de Borbón).
Finalizada la maniobra de atraque del buque en el puerto lusitano, fue arriada la escala real para que accedan a bordo el representante diplomático junto a las autoridades que efectuarían el despacho del buque. El cónsul es recibido por el capitán en la cubierta principal y tras los correspondientes cumplimientos y saludos protocolarios, el diplomático es invitado a desayunar en el puente a la vez que se le hace entrega de lo recibido en Cádiz.
Comenta el diplomático que a don Juan, muy posiblemente, le agradaría efectuar una visita al buque antes de la salida, preguntando si ello sería posible. El capitán responde que sería un honor para el buque y su tripulación recibirlo a bordo, de forma que si don Juan lo creía conveniente, se organizaría en su honor un almuerzo tras la degustación de un vino español. Como la escala del buque se prolongaba por dos días, había tiempo más que suficiente para organizar el evento según requerían las circunstancias.
Pasadas un par de horas desde que el diplomático español abandonase el buque, se presenta un enviado de los agentes consignatarios para confirmar el agradecimiento y aceptación por parte de don Juan a la invitación.
Tanto el sobrecargo Pepe Seoane como el cocinero reciben las oportunas instrucciones para que de forma diligente se organice un almuerzo para el próximo día en el que, aparte de una paella española, no deben faltar las chacinas ibéricas y buen marisco; este último con prontitud debería ser conseguido a través del provisionista habitual. Así se hace y organiza, a la vez que el primer oficial auxiliado por el contramaestre y la marinería, se encargarían de engalanar el buque con banderas y gallardetes. El total de invitados, entre las autoridades citadas y sus acompañantes, ascendían a una decena , uniéndose también al elenco el embajador y el agregado militar.
Como estaba prevísto, sobre las doce de la mañana del día siguiente, con extrema puntualidad llegan a pie de escala unos automóviles portando a los invitados; la oficialidad perfectamente uniformadas con vestimenta kaki esperamos en la cubierta principal, mientras el capitán y Jefe de máquinas García del Amo bajan a tierra para recibir a los ilustres visitantes.
Una vez a bordo, podemos observar y escuchar como don Juan de forma emocionada comenta recuerdos de su infancia, dejando a través de ellos constancia de las entrañables relaciones entre Borbones y Comillas en épocas pretéritas. Comentaba entre otras cosas, que se le había grabado para siempre el recuerdo de aquel magnífico coche “sin techo” propiedad de los marqueses de Comillas, que a la edad de seis u ocho años lo había trasladado, junto a algún otro familiar, de Madrid al palacio de Sobrellano en Comillas.
El discurrir de la comida tras el vino español ofrecido en el puente se desarrolló de forma muy agradable y cordial. El interés de don Juan se centraba básicamente en asuntos náuticos, dejando constancia de sus nutridos conocimientos en este campo. Alguna pregunta hizo en la que se reflejaba su preocupación e interés por la situación en la querida Cuba, a la vez que demostraba por su amena conversación ser un buen conocedor del resto de los países que en el continente americano teníamos previsto hacer escalas durante el transcurso del viaje.
Ya en la sobremesa una imprudencia del segundo oficial vino a perturbar el buen momento del que todos estábamos disfrutando; el poco acertado e inoportuno compañero, que durante toda la comida se mantuvo en silencio, abrió extemporáneamente la boca para preguntarle al conde de Barcelona:
– ¿Alteza, que opina usted del dictador Franco…?
La cara de don Juan cambió inmediatamente de expresión y dirigiéndose el capitán Onzáin y muy visíblemente contrariado apuntó:
– Capitán, si la sobremesa va a transcurrir por estos derroteros me veré obligado a abandonar el buque.
Un silencio absoluto se adueñó del comedor. El capitán se levantó para dirigirse de forma enérgica al inoportuno y poco hábil oficial diciéndole con determinación y alto tono:
-Manuel, abandone la mesa, suba a la derrota y vaya preparando las cartas de navegación y maniobra de salida; ya tendremos ocasión de hablar…
Tras el incidente todos le pedimos disculpas por lo inoportuno y poco acertado del comentario, disculpas que fueron aceptadas por don Juan pero no por el embajador, quien en un momento que tuvo ocasión de hablar en privado con el capitán, le pidió la afiliación del oficial.
A la vuelta de viaje y gracias a la intercesión y mediación del bueno y poco franquista capitán, el citado oficial ser libró de una fuerte amonestación por parte de la Compañía, aunque sí tengo el convencimiento que el incidente empañó para siempre su curriculum en la empresa.
El capitán comentaría durante el transcurso del viaje de algo insinuado por el embajador, había llegado a la conclusión de que la valija trasladada desde Cádiz a Lisboa contenía aportaciones voluntarias, que recolectaban los monárquicos españoles en favor de la casa real en Estoril, y que según tenía él conocimiento, no era la primera vez que un buque de Trasatlántica prestaba tan altruista servicio.
Curiosamente, transcurridos unos meses de los acaecimientos comentados, embarcó en el puerto de Vigo y con destino a Panamá en el buque “Belén” al mando también de Francisco Onzáin, un contenedor de 40 pies en cuyo conocimiento de embarque figuraba “contenedor que dice contener efectos personales”, y como remitente “Casa Civil del Jefe del Estado”; hacía pocos días que Franco había fallecido.
!Cuántas cosas poco conocidas se habrán transportado y siguen transportándose en los buques y el interior de los coloridos cajones ideados por el avispado Mc.Lean…! Eso sí, unas con fines nobles y altruistas y otras posiblemente, con misiones menos confesables.
Así sucedió y así os lo cuento.
Foto: archivo de Juan Carlos Díaz Lorenzo