De vientos e ingratitudes

Barcelona y su puerto ha sido, es y será, sin duda alguna, una de las ciudades más amables, atractivas y preferidas por los marinos de todo el mundo y, muy especialmente para los españoles, aunque cada vez seamos menos. La cercanía, conexión e integración de la zona portuaria con el centro de la ciudad, la belleza de su arquitectura y las trazas de su urbanismo y las infinitas ofertas para el visitante son sobradas causas para que cuando hacíamos escala o acudíamos a efectuar varadas o reparaciones, nos sintiésemos como en casa. Y así sucedió tanto en mi época de oficial embarcado como en tierra desempeñando funciones de inspector de flota en Compañía Trasatlántica, pues fueron muchas las veces que tuve ocasión de disfrutar de la hospitalidad y la amabilidad de los barceloneses y de los muchos foráneos que la integran.
Entre las diferentes responsabilidades del departamento técnico de una naviera y las más importantes o significativas se encuentran la seguridad y el buen funcionamiento de los buques de su flota. Algo que como bien conocemos los que nos dedicamos o hemos dedicado a este mundo, se consigue con tripulaciones idóneas, mantenimiento adecuado y el correcto cumplimiento de las normativas y reglamentos nacionales e internacionales.
Es norma habitual en el negocio marítimo, cada vez que un buque necesite entrar en un astillero, que por imperativos de eficacia y economía se trate de realizar la varada dentro del itinerario habitual. Una varada cuatrienal, por ejemplo, implica un reconocimiento a fondo de muchos de sus componentes e instalaciones de máquinas, elementos de cubierta, radio y resto del buque, así como el pintado general.
En la línea que por entonces cubría el buque “Guadalupe”, en el que me encontraba, enlazaba puertos de Italia, Francia, España, Portugal, Antillas y varios países centroamericanos. Las instalaciones navales de más prestigio y experiencia se encontraban en Cádiz, Valencia, Barcelona, Marsella y Génova. En aquella ocasión y después de recabar las correspondientes ofertas y estudiar factores a favor o en contra de las diferentes opciones, la disputa o decisión se centraba entre Marsella y Barcelona, optándose en este caso por la fiable alternativa de Talleres Nuevo Vulcano. Aunque la factoría catalana presentaba una oferta económica ligeramente superior, las idóneas condiciones durante la fecha asignada para los días de varada, así como la seriedad habitual en el plazo de entrega por parte del mencionado astillero, así como el buen hacer y convencimiento de que durante la discusión de la factura se obtendría una rebaja, se optó por esta oferta.
Tras ocho días de continua faena, los trabajos llegaban a su fin con la habitual eficacia y seriedad catalana, que una vez más hacían que, como venía siendo usual desde hacía muchas décadas, Trasatlántica quedase satisfecha del buen hacer de Talleres Nuevo Vulcano. Una invitación a comer por parte de algún responsable solía ser costumbre habitual como forma de celebrar los logros de los trabajos y de olvidar los pequeños inconvenientes o roces que hubiesen podido surgir durante el desarrollo de éstos; quiero recordar que en aquella ocasión, por su proximidad al astillero y lo muy frecuentado por marinos, elegimos un famoso restaurante llamado “Siete Puertas”, muy conocido en Barcelona.
Finalizada la comida, optamos volver al buque para despedirnos de su tripulación y presenciar la salida de dique prevista para última hora de la tarde; lo agradable de un día sábado primaveral nos invitó a dar un paseo hasta el astillero durante el cual vivimos un pequeño pero significativo incidente, que nos hubiésemos evitado si el retorno se hubiera efectuado en taxi.
Mientras cruzábamos por la Barceloneta pudimos observar cómo en una pequeña placita un grupo formado por jóvenes y mayores, agarrados de la mano en círculo y en alternancia hombre y mujer se entregaban a los acordes de una sardana; bonita y relajante danza que nos gustó, muy especialmente por sus acordes musicales. Sin duda, más que por mi carácter guasón y extrovertido que por ligereza o ganas de molestar, cometí la imprudencia de acercarme a una señora de mediana edad que también presenciaba la danza luciendo bata de boatiné de chillones coloridos, unos exagerados rulos en la cabeza en los que primorosamente enrollaba una nutrida cabellera plateada, y le comento en bajo y casi al oído:
– Es una danza muy bonita, pero donde se ponga una jota extremeña…
La señora de inmediato dio media vuelta y, posicionando la pierna derecha hacia atrás con objeto de mejorar la estabilidad y así poder emitir de forma segura toda serie de exabruptos e insultos, que recuerdo pero prefiero no reproducir, mi acompañante, natural de la Seo de Urgel, rápidamente salió al quite, como decimos los amantes de lo taurino, y con firmeza y cerrado catalán procedió a mi defensa de forma también enérgica.
– Carme, este señor extremeño no ha venido a quitarse el hambre a Barcelona, ha venido a traer aquel barco –señalando con el dedo– que nos dejará varios millones y entre otras cosas servirán para cubrir su salario.
La señora se quedó cortada y tras ponérsele las mejillas como a un noruego en Marbella, bajó la cabeza y no supo qué decir; al parecer la señora no se había percatado de la presencia de quien me acompañaba.
Le eché la mano por el hombro a mi defensor y lo invité a que abandonásemos el lugar lo antes posible.
– ¿La conoces…?
-Sí, es una operaria de limpieza de nuestras oficinas; su padre era natural de Córdoba, fue un excelente ajustador en Vulcano.
Pasados un par de años volví con otro buque de la flota a Talleres Nuevo Vulcano. En esta ocasión se encontraba como responsable del astillero un buen amigo ingeniero naval natural de Cádiz, que por el consejo de administración de la empresa había sido fichado a una conocida sociedad de clasificación de su delegación de Barcelona; un excelente profesional y mejor relaciones públicas.
Un día, mientras me disponía a entrar en el taller, me crucé con la señora Carme y por la forma en que agachó la cabeza tras corresponderle a los buenos días, creí me había reconocido. En la reunión que diariamente celebraba con el director y el responsable de obra, comenté a los asistentes la anécdota de la sardana y nos reímos durante unos minutos. Me ofrecieron pedirle a la señora Carme que me ofreciera sus disculpas y yo les respondí que aparte del largo tiempo transcurrido desde el incidente, ni en mi cultura ni en mi forma de ser tenía cabida la humillación a nadie.
– Juan, comentó el director, creo que en nuestro barrio de la Viña de Cádiz también te puedes encontrar con gente así…
-En efecto, pero posiblemente con algo de más salero…
Los actuales acontecimientos de Cataluña, unido a la incomprensible actitud de una alcaldesa, que parece guiada más por el “buenismo” que por los conocimientos de la historia, como ha demostrado al retirar el monumento al indiano Antonio Lopez, fundador entre otras muchas empresas de Compañía Trasatlántica Española, me han traído el recuerdo aquel incidente de de la sardana.
Creo que aunque charnego, el primer marqués de Comillas y su hijo Claudio después, han sido a lo largo de la historia las personas que más han hecho por el desarrollo y progreso de Cataluña, pero muy especialmente por su cultura; cabe recordar el patrocinio y amparo que siempre ofrecieron a mosén Jacinto Verdaguer, padre de la lengua catalana, eso sí, hasta que éste perdiese los papeles y la compostura, según dicen algunos historiadores.
Invito a la señora Colau a que estudie esta parte de la historia. Es posible que se quede sorprendida y tal vez arrepentida de tamaña tropelía, aunque lo dudo; esperemos que no sea una estatua de uno de sus afines ideológicos la que coloque sobre el pedestal que portaba la del ilustre indiano.
Así sucedió y así os lo cuento.
Foto: Canaan