Hasta bien entrado el siglo XX, existía en España una práctica bastante habitual –y por supuesto hasta legal– que consistía en poderse librar de la temida mili obligatoria, a cambio de una determinada cantidad de dinero, práctica que se conocía con la expresión “redención del servicio militar”.
Y utilizo el término temida, porque realmente en algunos casos y para algunos quintos resultaba así, ya que cuando al mozo –que tenía asignado un número determinado–, metían la bola con su número en el bombo para el sorteo de quintas, como se suele decir la suerte estaba echada y se arriesgaba a que podrían mandarlo a cualquier ejército y a cualquier lugar de la geografía española, tanto peninsular como insular o incluso de las colonias de ultramar, lo cual ya eran palabras mayores –por la lejanía, que dificultaba el ir a casa de permiso cada cierto tiempo– siendo bastante improbable que a un individuo lo dejasen cerca del domicilio familiar, circunstancia que se dejaba al capricho de la diosa Fortuna.
Además, las épocas convulsas que se vivían sobre todo hasta los años 20 del pasado siglo hacían que el riesgo de mandar a un mozo, fusil en mano a defender los intereses patrios por ejemplo en las diversas guerras con Marruecos, tuviesen una probabilidad bastante alta de ser una realidad. Pero si el cabeza de familia quería que el hijo no pasara por ese penoso percance de tener que ausentarse del domicilio familiar una larga temporada –hasta tres años llegó a durar la mili– y correr el correspondiente riesgo físico, debía rascarse el bolsillo, pagando por ello.
Las cantidades para quedar exento de ella variaban en función, lógicamente, de la carestía de la vida en cada momento, pero podemos afirmar que a principios del siglo XX, concretamente para los mozos que debían entrar en el sorteo del año 1904, la cantidad establecida era de 800 pesetas, una cifra inalcanzable de pagar para la gran mayoría de ciudadanos de este país, que en esa época vivían más en la miseria que en la opulencia.
Así, algún avispado prestamista se mandó imprimir una serie de pliegos que repartiría por los Ayuntamientos de las localidades que él considerase, y donde ofertaba sus servicios de redención del servicio militar, a cambio lógicamente de unos emolumentos con sus correspondientes intereses, de modo que él prestaba las citadas 800 pesetas, corría con toda la gestión de la documentación que exigía presentar el Ministerio de la Guerra, y en un tiempo determinado se le deberían abonar 840 pesetas, es decir 40 de intereses.
El sistema sin duda debió de funcionarle, pues en el documento que se cita (para los mozos de 1904), se especifica que en el año anterior, 1903, se libraron de la mili gracias a sus préstamos, un total de 2.432 individuos. En consecuencia, una fácil multiplicación da unas cifras bastante importantes para la época, pues resultan por un lado casi 100 pesetas de beneficio para el prestamista y por otro casi dos millones para las arcas del Estado, un negocio redondo para ambas partes por donde quiera que se mire, trasladando dichas cantidades al año 1904. En el mismo documento, que reproducimos por sus dos caras, figura también por supuesto las instrucciones para la solicitud y la documentación requerida. Eran otros tiempos y otras formas, tanto de ganarse la vida como de librarse de la mili, y además todo legal, sin duda.
Fotos: archivo de Diego Quevedo Carmona