La aparición del racionalismo en Canarias es una de las consecuencias de las condiciones socioeconómicas en las que se desenvolvía el archipiélago en la década de los años treinta del siglo XX, tanto por la consolidación de la burguesía mercantilista establecida en las dos capitales canarias, como por el auge de los cultivos plataneros y la recién estrenada doble capitalidad. A ello vino a sumarse otro factor, de orden político nacional, como fue la proclamación, el 14 de abril de 1931, de la Segunda República. Es una una arquitectura de autor, carente de un programa o manifiesto común como en otros lugares ofrecieron los grupos de arquitectos. La incipiente base teórica fue asimilada a través de las revistas especializadas –caso de gaceta de arte–, interesada en ofrecer un marco de referencia a la plástica vanguardista.
Cuestión que corrobora la profesora Maisa Navarro, cuando dice que “la arquitectura racionalista se puso al servicio de las aspiraciones de la burguesía insular de ambas capitales, enriquecida gracias a la vida de sus respectivos puertos y enzarzada en una guerra mutua (el pleito insular) que tras reivindicaciones de la capitalidad regional, escondía aspiraciones de controlar el comercio del archipiélago, mediante el aval de una concentración poblacional más importante, y de una superioridad de categoría expresada en la modernización de sus infraestructuras”[1].
En opinión del profesor Sebastián Hernández Gutiérrez, el racionalismo arquitectónico supuso un cisma en la forma tradicional de construir en Canarias, “pues éste rompió con su simplificación conceptual aquella vieja tradición definida en primera instancia por lo ecléctico”[2]. De forma que significó una frontera informal con el eclecticismo, o con la última de las versiones, el monumentalismo, provocando un cambio radical en los argumentos de la sociedad canaria y en las artes un interés por la representación de los rasgos de la identidad propia, e incluso con carácter exclusivo.
La arquitectura racionalista apareció en las islas bajo la influencia directa del modelo alemán, a través del primer viaje a Europa de Miguel Martín Fernández de la Torre, así como de los arquitectos germanos que trabajaron en estudios canarios (Oppel, Schneider, Davis…) y la primera visión que tiene Eduardo Westerdhal de esta arquitectura. A partir de ahí, el espectro se amplió, teniendo especial importancia el contenido expresionista que perduró hasta los últimos ejemplos, sin olvidar la polémica propuesta de José Enrique Marrero Regalado de introducir matices vernáculos, tan mal considerada por gaceta de arte; la línea aerodinámica del estilo barco, la ambigüedad del art decó, entre el eclecticismo decadente y la geometrización formal, y la introducción incidental de un rico repertorio loosiano.

En líneas generales, el racionalismo se identifica con una rigurosa relación entre forma y función del edificio y su consciente inserción en los procesos sociales. Sus características formales más notables son las superficies planas y limpias, volúmenes puros y definidos y distribución racional de los huecos, todo ello en base a una exhaustiva lógica constructiva y sentido del buen detalle. Los interiores adquieren una mayor significación espacial, adoptándose el enfoscado a la tirolesa en los sistemas de cubiertas y mármoles sintéticos como revestimientos decorativos.
En cuanto a los elementos decorativos, rechaza cualquier elemento que provenga del viejo esquema clásico (cornisas, balaustradas, columnas, frontones), de ahí que algunos autores lo hayan denominado fobia decorativa. No obstante, podemos decir que se asimilan ciertos tipos de ornamento, como el “nudo geométrico” con el que firmaba José Enrique Marrero Regalado, las bandas paralelas que tanto éxito tuvieron después de que José Blasco y Robles las hubiera presentado o la rotunda expresividad de texturas rugosas que Domingo Pisaca y Burgada incrustaba en los paramentos. Se trataba, pues, de la estética de la coherencia formal, donde nada era arbitrario, puesto que la multifuncionalidad de algunos elementos suplía la gratuidad del ornato.
Desde el punto de vista metodológico, el racionalismo se opuso frontalmente a la inercia de la tradición histórica de la arquitectura, de manera que su adaptación no era sólo una ruptura, sino un nuevo procedimiento vital. Por primera vez, un material como el hormigón armado pudo liberarse para ofrecer posibilidades desconocidas, aplicadas a volados y luces de una amplitud hasta entonces muy limitadas, resistencia, diafanidad en espacios interiores al precisar de apoyos mínimos y, especialmente, el culto a los volúmenes puros, lo que propició que el desarrollo doméstico planteara un hábitat diferente, concebido para una dinámica de vida también diferente que ya no tendría retorno.

Los ejemplos arquitectónicos del racionalismo en Canarias se circunscriben en las diversas corrientes y tendencias que de este lenguaje se debatieron en toda Europa. Estos exponentes abordan una serie de tipologías arquitectónicas demandadas por necesidades humanas (edificios sanitarios o de beneficencia, centros de enseñanza, cinematógrafos…) y, en ocasiones, para edificios destinados a desempeñar el aparato burocrático del poder político vigente. En estos casos, el racionalismo fue utilizado con un evidente sentido diferenciador.
La arquitectura racionalista se introduce en las capitales canarias en un momento en que ambas contaban ya con una serie de instrumentos para gobernar su crecimiento. No surge, pues, de manera espontánea e independiente del fenómeno de la propia modernización de las estructuras urbanas, si bien este proceso no es ajeno a la propia evolución que experimenta la disciplina urbanística en España.
Así apreciamos que la dicotomía planteada como racionalismo igual a república, academicismo igual a autarquía, resulta errónea plantearla en Canarias. Lo aclara convenientemente el profesor Hernández Gutiérrez, cuando escribe:
“Con frecuencia se viene dando una conexión directa entre el racionalismo y la República, teoría sobrealimentada desde el año 1975, año en el que se dio el primer paso para el restablecimiento de las libertades civiles en nuestro país, intentándose aplicar una moralina entre el fenómeno arquitectónico y el hecho político. El balance de la antedicha relación se salda con el resultado que se expresa como sigue: racionalismo + república = vanguardia artística, siendo ésta una postura amparada por la historia del Movimiento Moderno hispano, sin olvidar obviamente la construcción desarrollada durante la dictadura franquista. Así, se mantiene un patrón idéntico que ofrece el siguiente esquema: monumentalismo + dictadura de Primo de Rivera + neoherrerianismo + dictadura de Franco = retaguardia artística».
«Hoy entendemos que este discurso –prosigue– se desvía bastante de la realidad y las cosas no resultan tan fáciles como aparentemente se han expuesto. Si atendemos a las cronologías de los eventos arquitectónicos podremos comprobar cómo durante la época de Primo de Rivera (1923-1929), y no en la II República, fue cuando se proclamaron las bases de lo que habría de ser la definición de los funcionalismos arquitectónicos. A saber: en 1927, Francisco Mercadal proyecta del Rincón de Goya (Zaragoza), y hace lo mismo Fernando Shaw con la gasolinera Porto Pí; en 1928, Mercadal participa en el CIAM; al año siguiente, Zuazo-Jansen realizan la prolongación de la Castellana (Madrid); en 1930 se constituye GATEPAC…” [3].

La ausencia de un programa de la Segunda República para la arquitectura y el hecho de que el Estado no impulsó ningún dirigismo oficial, tampoco propició un cambio en los modos constructivos de la época. De ahí se desprende que el racionalismo no es homogéneo en todas las provincias españolas, hasta el punto de que sólo se concreta en Madrid, Cataluña, País Vasco y Canarias.
En el caso canario existe un ejemplo significativo, como fue la construcción de los edificios de los cabildos insulares de Gran Canaria y Tenerife. El primero es un edificio racionalista (1932-1941), que figura entre los más puros de su tiempo, salido del estudio de Miguel Martín Fernández de la Torre y el segundo es un edificio monumentalista (1935-1948), obra del arquitecto José Enrique Marrero Regalado. Se trata de dos obras diametralmente opuestas en su sentido estético, lo que pone de manifiesto la irrelevante asociación entre este movimiento y las directrices políticas, demostrando con ello que son las iniciativas individuales las que se convierten en auténticas protagonistas del mismo.
Y aún cuando el nuevo régimen intentó potenciar una actitud renovadora ante la arquitectura, en su función representativa, en plena guerra civil (febrero de 1939), el general Ángel Dolla Lahoz, de infausta memoria, ordenó levantar uno de los edificios más refinados, como es el grupo escolar fray Albino, situado en la rambla de Santa Cruz esquina a la calle San Fernando. Lo mismo podemos decir de la Comandancia Militar de Marina o el edificio de viviendas para los mandos militares próximas a Capitanía General.
Notas:
[1] Navarro Segura, Maisa (1988). El racionalismo en Canarias. Manifiestos, arquitectura y urbanismo. p. 94. Cabildo Insular de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife.
[2] Hernández Gutiérrez, A. Sebastián (1998). “Vanguardias arquitectónicas y últimas tendencias”. En Gran Enciclopedia del Arte en Canarias. Centro de la Cultura Popular Canaria, p. 236. Santa Cruz de Tenerife.
[3] Hernández Gutiérrez, A. Sebastián. Ibídem.
(*) Licenciado en Historia del Arte. Universidad de Santiago de Compostela