(*) Licenciado en Historia del Arte. Universidad de Santiago de Compostela
En el siglo XVIII la ciudad de Venecia conoció un gran esplendor artístico. La República de la Serenísima o de San Marcos fue una ciudad de un gran protagonismo comercial entre Oriente y Occidente, lo que se tradujo, entre otros aspectos, en un importante desarrollo artístico, que se tradujo en iglesias, palacios… y una actividad artística de alto nivel.
En dicho escenario encontró su espacio vital el pintor Antonio Canale (1697-1768), apodado Canaletto, uno de los últimos genios del Barroco italiano. En sus primeros años trabajó con su padre y un tío suyo, escenógrafos de espectáculos, de quienes aprendió algunos conceptos de pintura y perspectiva. Hacia 1719 viajó a Roma, donde permaneció dos años, tiempo en el que trabajó en los decorados para óperas de Scarlatti y trabajó con paisajistas, interesado en perfeccionar su técnica al respecto.
Destacó, sobremanera, por su exquisita fidelidad a la topografía de los espacios que pintaba en sus cuadros. Inició la moda de retratar paisajes y vistas urbanas panorámicas, que consiguió plasmar como una verdadera fotografía de los lugares más populares de una ciudad, en especial Venecia. La “veduta”, vista de la ciudad, era una forma de pintar relativamente nueva y rara para la época y se convirtió en su especialidad [1].
Sus principales clientes eran aristócratas ingleses de viaje por Europa, para quienes sus cuadros eran como “souvenirs” de las vistas de Venecia, el Gran Canal, la ensenada de San Marcos, innumerables escenas de regatas y festivales acuáticos como la celebración anual de la Boda de Venecia y el Mar.
Su técnica tenía todas las características venecianas tradicionales de luminosidad y color, a las que añadió una especial atención, de influencia flamenca, por el detalle claro y preciso, un realismo transparente en el que utilizó la perspectiva para acercar los componentes. Sus primeras obras suelen presentar, en colores oscuros y densos, un ambiente de una humedad casi palpable bajo un cielo tormentoso. Sus obras posteriores, a partir de 1740 (cuando comienza a adquirir un estilo de pincelada más suelta e imprecisa), representan escenas bañadas por un sol brillante, con un rico colorido realzado por los rojos y dorados.
Su voluntad de reproducción sistemática admitía algunas excepciones. La utilización de una “camera ottica” le llevó, al tiempo, hacia la simplificación y una cierta deformación. Su principal mérito reside, ante todo, en la poesía plástica y colorista, que con el paso de los años fue evolucionando hacia la discreción y la gravedad.
Canaletto pintaba directamente a partir de modelos sin realizar bocetos previos, aunque posteriormente abandonaría esta práctica, para servirse de bocetos preparatorios. Asimismo trabajó el grabado en aguafuerte, una técnica antigua, que efectuó con una gran maestría. A partir de 1725, su reputación de brillante “vedutista” se afianzó con una clientela internacional, sobre todo en Inglaterra, gracias a la protección de Joseph Smith, marchante y cónsul británico en Venecia, que se convirtió en su mecenas e intermediario.
En 1746, después de que la guerra de Sucesión austriaca hubiera reducido de forma drástica la afluencia de visitantes ingleses a Venecia, Canaletto viajó a Inglaterra. Allí pintó muchos paisajes y casas de campo antes de regresar a Venecia en 1755. En 1763 fue elegido miembro de la academia de Venecia, aunque las obras de sus últimos años recibieron cada vez más críticas por su estilo superficial y por la repetición mecánica de sus temas más conocidos [2]. La calidad que da a la textura del aire en sus mejores obras constituyó una influencia importante para la pintura paisajística del siglo XIX.
Notas:
[1] Paolucci, Antonio. Canaletto. Col. “Los diamantes del arte”. Ed. Toray. Barcelona, 1970.
[2] Op. cit.
Fotos: Web Gallery of Art