Asombrarse por el cese de la búsqueda de los náufragos del pesquero “Villa de Pitanxo” es NO CONOCER A LOS ÓRGANOS OFICIALISTAS CANADIENSES, los mismos que nos pusieron todas las trabas posibles hasta abandonar incluso las aguas legales de sus latitudes (el “Estay” fue apresado fuera de las 200 millas, no lo digo yo, lo dijo la Corte Suprema).
Es un pueblo francófono con mentalidad anglosajona y con un sentido del deber arraigado, a semejanza de británicos y norteamericanos que mueven todos sus efectivos para recuperar a uno de sus habitantes en el otro extremo del mundo pero que DEBEN DAR CUENTA DE UN OPERATIVO ENCAMINADO A UN IMPOSIBLE.
Canadá no tiene el culto por los muertos en la mar que tiene un pueblo costero como el gallego, aún por debajo del portugués, ni la cultura funeraria iberoamericana, no comparte ni comprende a un país que necesita ver y despedir a un familiar, enterrarlo y llorarlo en un camposanto, un pueblo capaz de habilitar los medios necesarios para bajar mil metros de profundidad a inspeccionar un pecio o una flota patrullando tres semanas en busca de restos. SEA POR CUESTIONES CULTURALES O CREENCIAS RELIGIOSAS, NO JUEGAN EN NUESTRA LIGA.
Los canadienses se han hecho su composición de lugar. El barco llevaba dos balsas y un bote los cuales han aparecido, 38 horas batiendo un área de 900 millas cuadradas en un mar que un hombre no dura cinco minutos, noches largas y corrientes fuertes donde un día hay restos de un naufragio al día siguiente no hay nada, ventiscas de nieve, chubascos de agua, mar gruesa, LA VISIBILIDAD DESDE UN BARCO ES NULA Y DESDE UN AVION ES IMPOSIBLE.
Reconocerle a las familias que montar un operativo español en aguas de Terranova en invierno sería como coser sin hilo. Es duro, pero es la realidad.
Foto: cedida