Próximo a cumplir 90 años, y con un estado de salud y una memoria envidiable, Alfredo Bilbao Ríoseco (Santander, 1931) evoca con la frescura de los años mozos su etapa de alumno y oficial de máquinas. Una profesión que eligió por vocación familiar –su padre también era maquinista naval– en una tierra de larga tradición marítima como es la bella Cantabria. Conocíamos su relación con la International Mercantile Navigation Co., una empresa naviera de Ildefonso Fierro y teníamos especial interés en conocer detalles de dicha etapa. Su yerno Gonzalo Lozano Soldevilla, profesor emérito de la Universidad de La Laguna, estimado amigo y colega, hizo posible el encuentro en el que compartimos mesa, mantel y una interesante y fructífera conversación.
Después de cursar sus estudios en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial en las Escuelas del Círculo Católico de Santander, Alfredo Bilbao Ríoseco obtuvo el 25 de enero de 1951 su título de alumno de Máquinas en la Escuela de Náutica de Bilbao, de la que entonces era director José Luis de Gárate y Elola. Cuatro meses después embarcó por primera vez en el vapor “Antonio de Satrústegui”, propiedad de la compañía Vasco Asturiana, en el que apenas permaneció dos meses y realizó 41 días de mar, entre Avilés, Alicante, Palma, Valencia y Barcelona, llevando cargas de carbón.
“Es curioso pero me decían a bordo que nunca habían tenido alumno de máquinas, por lo habilitaron en una especie de camarote para mí. Los maquinistas que yo conocí entonces eran ya bastante mayores, de entre sesenta y setenta años alguno, incluso. Cuando llegábamos a Barcelona se perdían y había que irlos a buscar siempre a los mismos sitios. Había un par de bares de los que no salían. El capitán era bastante más joven, de Madrid y vivía con su familia en Avilés”.
En agosto de 1951 consiguió plaza de alumno en el vapor “Manuel Calvo”, un antiguo trasatlántico de Compañía Trasatlántica reconvertido en carguero, en el que permaneció por espacio de once meses, hasta su desembarco en julio de 1952. “Embarqué por mediación del segundo oficial de máquinas, un chaval llamado Rafael, que era de un pueblo al lado de Bilbao y me llamó por teléfono. Cuando llegué se hizo el relevo entre los capitanes Cuervas Mons y Pérez Vizcaíno, dos grandes señores de Santander. Pérez Vizcaíno había mandado el vapor ‘Rita García’ cuando la guerra y tenía muchas vivencias. Años después le encontré en Madrid y nos dimos un gran abrazo”.
Alfredo Bilbao embarcó en esta oportunidad en el puerto de Avilés y durante su estancia a bordo recaló prácticamente en los mismos puertos que en su anterior etapa, dado que el citado buque estaba dedicado también al tráfico carbonero, sumando los puertos de Tarragona y Alicante, que entonces visitó por primera vez en su vida. “Este barco tenía dos máquinas alternativas preciosas, pero arrastraba sus fallos y no siempre respondía cuando se necesitaba. Una vez, estando de maniobra en Santander con fuerte viento, cuando se ordenó dar atrás la máquina dijo que de eso nada y el barco se pegó un golpe tremendo contra el muelle; todos nos caímos al suelo, le hizo un buen boquete en la proa y causó unos destrozos en los sillares”.
“Tuve que seguir embarcado un tiempo más en este precioso buque –recuerda– porque no encontraba plaza para hacer las prácticas de motores durante las escalas que el barco hacía en Avilés, Barcelona y Valencia”. Luego vino un periodo de seis meses de servicio militar en Ferrol y la oportunidad de seguir sus prácticas de motores llegaría en septiembre de 1955, cuando embarcó en el petrolero de bandera panameña “Monte Estoril”, que se encontraba en el puerto de Cartagena y le daría la oportunidad de viajar varias veces al Golfo Pérsico y cruzar por primera vez el canal de Suez.
“Este barco lo habían comprado de segunda mano y tenía un motor principal Doxford, de pistones exteriores, una cosa muy curiosa que me llamó mucho la atención. Era un petrolero de Fierro, no tenía aire acondicionado, lo cual nos hacía pasar mucho calor a bordo y más en la máquina, pero tenía una tripulación excelente y éramos como una familia. Hacíamos viajes a Ras Tanura y descargábamos en la refinería de REPESA en Escombreras”, recuerda Alfredo Bilbao.
“Recuerdo que estando en el petrolero ‘Monte Estoril’ coincidimos con el petrolero ‘Monterrey’ fondeado en Suez y en la víspera de fin de año de 1955 recibí orden de transbordo, donde continué mis prácticas yendo a cargar a Mena el Amadi y Bandar Mashur y descargábamos en Dunkerque. Unas veces hacíamos escalas en Adén y otras en Ceuta para tomar combustible y la mayor parte de las veces cargábamos sin saber el puerto de destino del crudo, que se decidía según donde se vendiera, aunque por lo general íbamos a Dunkerque, Amberes y Escocia”.
En julio de 1956 desembarcó del petrolero “Monterrey” en el puerto de Marsella y después de un descanso en el domicilio familiar en Santander, volvió a los barcos de la compañía International Mercantile Navigation, propiedad del industrial, financiero y naviero Ildefonso Fierro, como tercer oficial de máquinas.
“Ya me conocían y parece que les gustaba mi forma de ser y de trabajar. Los marinos españoles siempre han sido muy apreciados en todo el mundo, no en vano en mi época y en años posteriores hubo otros muchos embarcados en barcos extranjeros, no solo porque se ganaba más –yo, de tercer oficial, tenía un sueldo de mil dólares–, sino porque teníamos bastante prestigio por profesionales y responsables y no éramos conflictivos ni arrastrábamos problemas de alcohol, como sucede en otros países europeos. A los marinos españoles nos gustaban otras cosas más que el alcohol, lo cual no quiere decir que hubiera algunos a los que le gustara más el alcohol (risas)”.
“Recuerdo que estando en Ras Tanura, teníamos al lado cargando a un petrolero alemán. Entre sus tripulantes tenía camareras, era frecuente que los barcos nórdicos llevaran entonces camareras a bordo. Un oficial, muy borracho, no se le ocurrió otra cosa, como una machada, que encender una cerilla y se dirigía con ella al tapín de un tanque, cuando resbaló y se dio tan fuerte golpe que quedó muerto en el acto. Nos quedamos muy impresionados”, señala.
“En otra ocasión, en octubre de 1956, cuando los ingleses y los franceses atacaron posiciones egipcias y se cerró el canal un día antes de llegar a Port Said, no nos quedó otro remedio que ir a cargar dando la vuelta por el cabo de Buena Esperanza. Antes de eso, parábamos para hacer compras y otros aprovechaban para hacer su negocio y eso que al llegar a puerto europeo la policía subía a bordo y mirada todo con detalle y nunca encontraban nada. Pero hubo algunos tripulantes se hicieron millonarios entonces”, agrega.
Después vino una etapa de seis meses dedicado a la pesca de la merluza en barcos por pareja, “ocho horas para arriba y ocho horas para abajo, hasta que los barcos se van acoplando y forman un copo sobre el que es posible caminar. Yo pasé de un barco a otro así más de una vez. Embarqué de maquinista por medio del armador santanderino al que conocía y salimos de pesca al Gran Sol. Por cierto, en aquella ocasión embarcó un amigo que era hijo de Vicente Calderón, el presidente del Atlético de Madrid y el chaval lo pasó fatal. Se levantó un temporal muy duro y estuvo cuatro días acostado y vomitando. El barco parecía un submarino y daba unos pantocazos que daban miedo. Yo fumaba unos cigarrillos espantosos que se llamaban ‘Ideales’, bebía vino y no me mareé jamás. Recuerdo que teníamos un chaval cocinero que nos hacía unas comidas extraordinarias, a base de pescado muy sabroso”.
Luego siguió otra etapa embarcado en el yate belga “Reina Astrid”, que era propiedad personal del rey Alberto I de Bélgica, “con el que salimos a pescar bonitos desde Santander con varias autoridades a bordo, entre ellos el gobernador de Sevilla, el gobernador de Santander, un alemán que estaba de cónsul en Santander, el dueño de Cervezas de Santander, un zapatero cojo y yo, más un capitán y dos marineros. La pesca se nos dio muy bien, pescamos un montón de bonitos. Por cierto, el barco era realmente precioso, con mucha madera y tristemente se quemó tiempo después”.
Alfredo Bilbao volvió a los petroleros de Fierro y después de varios meses navegando, una enfermedad pulmonar, que requirió de una estancia de seis meses respirando aire fresco y limpio de Salamanca para recuperarse, supuso en principio del final de su relación directa con los barcos. “Me quedó una gran pena, porque navegar y los barcos siempre han sido parte importante de mi vida”, apostilla.
El montaje de una fábrica de cerveza en Madrid, en la que también trabajaba su padre, abrió la puerta para una nueva etapa profesional en la que transcurriría el resto de su vida profesional, en la que contrajo matrimonio con su adorable Cuca, de cuya unión nacerían sus dos hijas. Luego hubo un paréntesis por cuenta de la misma empresa de Lérida y posterior retorno a Madrid hasta su jubilación. Los barcos quedaron atrás definitivamente, aunque “siempre está presente el recuerdo de aquella época dorada, de aquellos años maravillosos, que ya no volverán”, concluye.












Fotos: Juan Carlos Díaz Lorenzo y Alfredo Bilbao Ríoseco