Al desgranar el rosario de los recuerdos de los años idos para siempre, la memoria fértil nos hace evocar la presencia de Alberto Calero García, que fue durante años, muchos a decir verdad, el conductor de “el correo”, como así llamábamos a la guagua que enlazaba Santa Cruz de La Palma y Los Llanos de Aridane, con escala obligada, tanto en el viaje de ida como a la vuelta, en Fuencaliente. Hace años que el entrañable y apreciado amigo ya no está entre nosotros, pero sirvan estas líneas para recordarle con todo afecto y gratitud por su buen y buen hacer.
Alberto Calero respondía al prototipo de hombre palmero serio, honesto y trabajador. Amable, correcto y siempre dispuesto a hacer el bien al prójimo. Nació el 7 de agosto de 1925 en Las Indias, Fuencaliente de La Palma, hijo de Aquilino Donato Calero Díaz y de Petra García Hernández. Desde que cumplió el servicio militar se trasladó a vivir a El Paso. Primero trabajó como chófer en los camiones de Vicente Pino y en marzo de 1956 ingresó en la empresa María Santos Pérez, concesionaria de los servicios de transporte del sur de La Palma. En ese mismo año contrajo matrimonio con María Carmela Lirio Ramón, de cuya unión nacieron tres hijos: María Teresa, José Alberto y Gloria Esther.
En los primeros años de trabajo de Alberto Calero en las guaguas atendió la línea El Paso-Los Llanos-Tazacorte y Los Llanos-Tijarafe. Tenía la costumbre de parar siempre un momento en casa de su madre viuda, inválida y ciega, cuando vivía cerca de la dulcería de Cleofé. A partir de 1965 fue el conductor de “el correo” y aunque ya entonces había acreditado su dedicación, fue en esta etapa cuando demostró su generosidad sin límites.


Pues, como bien nos recordaban su esposa y sus hijas cuando les visitamos para hilvanar estas líneas, “el correo” era mucho más que una guagua de transporte público. Que, por cierto, tenía un motor Dodge y carrocería de madera salida del conocimiento del maestro Manuel Curbelo Sanfiel, carpintero por excelencia de “la exclusiva”. Consciente de las limitaciones que entonces existían, Alberto Calero y Ciro el cobrador, lo mismo que sus compañeros de profesión, ayudaban a los vecinos del itinerario en todo lo que podían: desde llevar recados, un trozo de tela para un vestido, medicinas, pagar la contribución, comprar libros para la escuela o el instituto, gestiones de Seguros Comillas y un sinfín de encargos de todo tipo.
“El correo” iniciaba su trayecto en Los Llanos de Aridane y hacía multitud de paradas en un largo itinerario, entre otras en Dos Pinos, Tajuya, Las Manchas, Jedey, Fuencaliente, Montes de Luna, Tigalate, La Sabina, Villa de Mazo, Breña Alta, Breña Baja y Santa Cruz de La Palma. A su regreso seguía el mismo itinerario y después subía El Time en demanda de Tijarafe, Puntagorda y Las Tricias, en Garafía. En una ocasión, bajando por Amagar, la guagua se quedó sin frenos y Alberto Calero consiguió dominar la situación a base de los cambios del motor y sin que los pasajeros se dieran cuenta.



Algo parecido le sucedió en otra ocasión en las Vueltas de Matos y alguna vez lo sancionaron por llegar antes de tiempo a Santa Cruz de La Palma. En una ocasión, cuando circulaba por El Llanito, en Breña Alta, se le cruzó por delante un chico corriendo atrás de una pelota. Consiguió esquivar lo que parecía un desenlace fatal y fueron tantos los nervios que cogió, que tuvieron que enviarle un relevo. Durante una etapa trabajó también en unos micros de nueve plazas y sin duda alguna fue un buen conductor, ampliamente reconocido y con una precisión exquisita de conocimiento de la carretera. Y, sobre todo, Alberto Calero fue muy buena persona y damos fe de lo que decimos.
Cuando llegó el final de la empresa de María Santos Pérez comenzó otra etapa a cargo de Tomás Roque Reverón y de Pérez y Cairós. Tenía 62 años y más de tres décadas de conductor cuando decidió jubilarse. En su última etapa cubrió la línea El Paso-Los Llanos-Tazacorte. “El correo”, aunque siguió existiendo, ya no era lo que había sido. Las condiciones de vida en La Palma habían mejorado considerablemente y el transporte terrestre había entrado en una nueva dimensión. Vivió sus últimos años rodeado del cariño de su familia y del afecto de sus amistades y el 15 de enero de 2009 emprendió su último y definitivo viaje. Tenía 83 años.
Amor con amor se paga y justo es recordar en estas líneas a la figura de Alberto Calero García, paisano y amigo, quien tanto dio y tanto hizo por su gente, imbuido de ese noble afán de servicio desinteresado a los demás. La historia del transporte terrestre en La Palma está todavía por escribir en profundidad. En esta misma sección hemos hecho algunas contribuciones, pero queda mucho por hacer. Vaya desde estas líneas un pequeño aporte y un reconocimiento a uno de sus destacados protagonistas, cuya memoria pervive en la memoria colectiva y la gratitud de nuestra tierra.
Fotos: Familia Calero Lirio. Nuestro agradecimiento