El redescubrimiento de la mítica Fuente Santa, situada en la costa occidental de Fuencaliente, constituye uno de los hitos de comienzos del siglo XXI en la historia inmediata de La Palma, una isla que en los últimos años ha experimentado importantes avances en materia de infraestructuras, como lo acredita la construcción del nuevo túnel de la Cumbre, el puente de Los Sauces y el puerto de Tazacorte –tres obras de ingeniería civil admirables–, entre otros hechos destacables.
En la tarde del 24 de octubre de 2005, hace hoy once años, pudimos ver, por primera vez, el lugar exacto donde mana la Fuente Santa. Habían transcurrido entonces 328 años desde que las lavas del volcán de San Antonio sepultaron en enero de 1678 el histórico manantial de aguas termales que tanta fama dio a este pueblo y a la isla toda desde finales del siglo XV.
Los primitivos pobladores de La Palma conocían la existencia del naciente, aunque desconocemos si sabían de las propiedades curativas del agua o si formaba parte de su mitología, aunque era lo suficientemente importante y de hecho lo llamaban “tagragito”. Algo tenía que lo hacía diferente al resto de los manantiales que existen en la isla: agua fluyendo en la costa, al pie de un acantilado y a más de 42 grados de temperatura.
A partir de 1493, cuando los conquistadores españoles establecieron el nuevo régimen, éstos debieron conocer pronto la existencia del manantial de aguas termales y sus cualidades; viendo sus propiedades curativas y milagrosas en la mentalidad de entonces, se la llamó Fuente Santa. El eco de sus prodigiosas curaciones se extendió por Europa y América, debido al protagonismo que tenía Canarias como último pilar del puente imaginario que une ambos continentes.
Entre sus ilustres visitantes figura Pedro de Mendoza, que había sido nombrado por el emperador Carlos V, en 1534, adelantado del Río de la Plata y Capitán General de la Armada, expedición para la que armó una flota de 14 naos, en los que embarcaron 2.500 españoles y unos 150 alemanes ansiosos de la conquista de las tierras desconocidas del Sur.
El futuro fundador de la ciudad de Buenos Aires tenía entonces 34 años y estaba aquejado de sífilis, una enfermedad terrible, pese a lo cual organizó el viaje y dio la orden de zarpar el 1 de septiembre del citado año. La flota puso rumbo a Canarias, aunque tres de sus naves, entre ellas la capitana, se dirigieron a La Palma, donde permanecieron cuatro semanas. Parece claro que la verdadera razón de la estancia de Pedro de Mendoza estaba directamente relacionada con la enfermedad que le acosaba y que lo había hecho atraído por las noticias de la fama curativa de la Fuente Santa.
Durante casi doscientos años, entre los siglos XVI y XVII, los españoles dieron a conocer la existencia del naciente. La Palma comenzó a adquirir la fama de milagrosas curaciones de enfermedades de la piel, sobre todo las venéreas y la lepra, azotes de la humanidad de entonces. Dos personajes contemporáneos, fray Abreu Galindo y el ingeniero cremonés Leonardo Torriani, conocieron personalmente la Fuente Santa.
Fuencaliente, paraje de vinos y de volcanes, debe su nombre a este naciente de aguas termales y propiedades curativas que la Naturaleza donó a la tierra palmera. Sin embargo, el medio volcánico y dadivoso, que mantenía el caudal caliente de sus aguas milagrosas, terminó por sepultarla y ocultarla en las entrañas de su territorio.
A finales del año de gracia de 1677 la tierra comenzó a temblar y el día 10 de noviembre amaneció saliendo humo por una grieta que se formó al sur del pago de Los Canarios. A los pocos días un enorme volcán se elevaba majestuoso y la población atemorizada lo bautizó con el hagiónimo de San Antonio. La erupción continuó de forma intermitente hasta comienzos del año siguiente.
En todo ese tiempo varias coladas se derramaron por la superficie cayendo por el acantilado y vertiendo sus materiales incandescentes en la costa. La Fuente Santa permaneció a salvo casi hasta el final de la erupción, cuando, en uno de sus últimos estertores, un brazo de lava se canalizó por las escotaduras del oeste, anegando una pequeña cala abierta hacia el sur donde se encontraba el manantial.
La isla entera, acostumbrada a las erupciones, se vio en esta ocasión sacudida por la desesperación. El volcán había sepultado el naciente milagroso. Resignados ante lo irremediable, los fuencalenteros, generación tras generación, hicieron honor a su espíritu emprendedor y siempre mantuvieron el mismo anhelo: había que recuperar la Fuente Santa.
Cuando aquella generación, y las que le siguieron nos legaron la fertilidad de su memoria, con el paso de los años el emplazamiento exacto de la Fuente Santa perdió precisión. Las referencias que se poseen, analizando los documentos históricos, parten de fray Abreu Galindo, cuyo testimonio data del último cuarto del siglo XVI y resulta ciertamente valioso:
“La parte más estéril de aguas que esta isla de La Palma tiene es la que cae a la banda del sur; porque, si no es alguna fuente de muy poca agua, no hay otra y, aún de esa, no se puede aprovechar todas las veces, porque una fuente que nace a la orilla del mar no se puede aprovechar de ella, si no es de bajamar, porque cuando crece la cubre; y sale tan caliente, que puesta una lapa del mar en el nacimiento del agua, se despide de la concha. Y salir tan caliente lo causa el minero de azufre por donde pasa el agua. Los naturales antiguos llamaban este término, en su lenguaje ’tagragito’, que significa agua caliente, donde se podría hacer un tanque cubierto donde se curaran muchas y diversas enfermedades, bañándose con él; pero como no se atiende a la salud del cuerpo en los tiempos presentes, sino la de la bolsa, aprovecha poco dar aviso. Este término lo llaman los cristianos Fuencaliente”.
Desde su desaparición hasta hoy, quince generaciones de fuencalenteros han tenido presente la importancia del histórico manantial y la necesidad de su recuperación. Los sucesivos intentos encontraron serias dificultades debido a razones técnicas y económicas. Habría que esperar a finales del siglo XX para acometer un nuevo intento, que esta vez ha sido el definitivo.
En enero de 1996, el alcalde de Fuencaliente de La Palma, Pedro Nolasco Pérez y Pérez, se dirigió a la Dirección General de Aguas, dependiente de la Consejería de Obras Públicas del Gobierno de Canarias, en tiempos del consejero Ildefonso Chacón, solicitando la ayuda de los técnicos para tratar de encontrar la Fuente Santa. En este empeño, la corporación municipal contó con el apoyo del Consejo Insular de Aguas de La Palma. El presupuesto de investigación permitió hacer cinco sondeos de cinco metros cada uno por debajo del nivel freático.
Estudio de documentos
Con la idea de aprovecharlos al máximo, el equipo técnico, dirigido por el ingeniero Carlos Soler Liceras –Hijo Adoptivo de Fuencaliente de La Palma desde 2007, lo mismo que Antonio Castro Cordobez, ambos a propuesta del concejal Luis Manuel Hernández Bienes, del PP– estudió todos los documentos que hacían referencia a la Fuente Santa, pues, aunque pudieran parecer precisos, en realidad no lo son tanto. De una parte, los nombres exactos se han olvidado o han cambiado; de otro, las coladas del volcán de Teneguía (1971) modificaron nuevamente la línea de la costa oeste, creando unos malpaíses de una agresividad tan sólo comparable a su belleza. Para evitar destrozos innecesarios en estas coladas, se decidió que los sondeos –que registraron unas temperaturas entre 29 y 45 grados– se ejecutasen en la cuneta de la carretera, en dirección Norte-Sur y paralela al antiguo acantilado.
Además, y para conocer las propiedades de las aguas termales, se encargó un análisis completo -químico, bacteriológico y mineromedicinal- al laboratorio Oliver Rodés, de Barcelona y cuya interpretación estuvo a cargo de la cátedra de Hidrología Médica de la Facultad de Medicina de Zaragoza. La composición y su temperatura demuestra que se trata de aguas medicinales con efectos sanitarios similares a las del balneario de La Toja, en Galicia, uno de los mejores de España y del mundo, conocido y aprovechado desde los tiempos de los romanos.
El redescubrimiento de la Fuente Santa ha sido una labor muy compleja, que ha requerido de la aplicación de cuatro ciencias: la hidrogeología, la hidroquímica, la arqueología y la ingeniería. El autor del proyecto, Carlos Soler Liceras, es un ingeniero experto en la materia, de honda capacidad intelectual y, además de su vasta formación técnica, posee, asimismo, una entusiasta vocación humanística, que ha puesto de manifiesto durante todo el proceso. En unión de otros técnicos de su departamento y con el apoyo constante de dos políticos palmeros, Antonio Castro Cordobez y Gregorio Guadalupe Rodríguez, máximos responsables de la Consejería de Infraestructuras del Gobierno de Canarias, el proyecto fue cumpliendo plazos y llegó a feliz término.
La solución adoptada consistió en la perforación de una galería baja emboquillada en el frente de las coladas del volcán de San Antonio, en la misma playa de Echentive, en dirección hacia el sondeo más caliente. La galería mide 219 metros y se divide en dos tramos: una alineación recta de 99 metros hasta llegar al antiguo acantilado y dos ramales de 60 metros, en dos tramos de direcciones opuestas y longitudes iguales en contacto con la serie geológica anterior al volcán de 1677, donde se consideraba que podía encontrarse el manantial.
La galería discurre entre las escorias y los clastos que han caído desde unos cien metros de altura y han rellenado la cala donde surgía el naciente. Las escorias volcánicas están sueltas, por lo que se han producido varios desprendimientos que han complicado aún más los trabajos, haciéndose especialmente notorios cuando los equipos se encontraron con los prismas de basalto, debido a su consistente dureza. Si a todo esto unimos el hecho de que a medida que avanza la galería se produce un ambiente de vapor, con temperaturas de 50 grados y emanaciones de dióxido de carbono, resulta más fácil comprender la complejidad de la obra.
Cuando, por fin, se localizó el manantial –que yacía enterrado bajo coladas de basalto desde hacía 328 años, pero continuaba manando con un caudal de aguas mineralizadas a más de 50 grados de temperatura–, a continuación se excavó una amplia bóveda, en la que a marea alta se aprecia un lago subterráneo y a marea baja aflora todo el caudal de la fuente, que brota a razón de tres litros por segundo.
El coste de la obra, de 712.000 euros, se dividió en dos fases. La primera, de 212.000 euros, se adjudicó a la empresa CORSAN-CORVIAM y finalizó en 2002 cuando concluyeron 127 metros de galería y dos anchurones donde se hicieron dos piscinas que registraron temperaturas de 36 y 42 grados. Durante la perforación se constató la falta de estabilidad de las escorias, que obligó primero a colocar cerchas cada metro para contener los derrumbes. En ocasiones este terreno suelto daba paso a coladas masivas y durísimas que obligaba a emplear explosivos controlados.
La segunda fase se adjudicó en 2004 a la empresa SATOCAN por un importe de 500.000 euros. Desde el principio y debido a que la inestabilidad de las escorias iba en aumento, se cambió el método de perforación. Se mantenía el esquema de cerchas, redondos y piedras, pero a partir de entonces se empleó la técnica de inyecciones de lechada de cemento, lo que permitió sustituir las escorias sueltas por hormigón armado con los propios tubos de la inyección. Así se llegó al acantilado antiguo, a 160 metros del comienzo de la galería y con la temperatura del agua del subsuelo continuamente en aumento.
Cuando se alcanzó esta posición, y teniendo en cuenta los resultados de tres sondeos inclinados perforados desde la superficie, se comenzó el ramal del hastial derecho. Después de 30 metros se localizó un dique en el que se alcanzaba una temperatura máxima de 50 grados, donde “las lapas al punto se desconchaban”. La galería pasó el dique en otros 13 metros con la finalidad de verificar que la temperatura descendía rápidamente, pasando ésta a 38 grados y después a 35 grados.
Allí se encuentra la Fuente Santa, canalizada por el dique volcánico en la orilla del mar, desde el que brota su caudal medicinal a lo largo de la marea. Por el dique aflora la fuente milagrosa a la vez que el mismo, sobresaliendo del acantilado, formaba un “elevado risco de color plomizo” y sobre éste la cruz de piedra que los antepasados dejaron como referencia precisa de su emplazamiento.
Las obras que se han realizado para perforar la galería han cumplido con todos los requisitos exigidos por seis corporaciones y organismos medioambientales. Así, sólo la tramitación de los permisos obligó a retrasar en un año el inicio de los trabajos. En concreto, la Consejería de Infraestructuras, Transporte y Vivienda encargó un informe medioambiental elaborado por sus propios servicios técnicos, a los que se añaden los permisos municipales, de la Viceconsejería de Medio Ambiente, del Patronato de Espacios Naturales, del Servicio de Costas y del Departamento de Minas de la Consejería de Industria.
El proyecto contó, además, con todos los requisitos legales precisos: la concesión del agua es del Ayuntamiento de Fuencaliente de La Palma otorgada por el Consejo Insular de Aguas; la obra ha sido proyectada, dirigida y financiada por la Consejería de Infraestructuras, informada favorablemente en su totalidad por la Consejería de Política Territorial y el Cabildo Insular, así como el Patronato de Espacios Naturales de La Palma y autorizada por el Servicio de Costas. Al final, todo el empeño que se ha puesto en este proyecto ha merecido la pena. Aquí está, de nuevo entre nosotros, la Fuente Santa. Lo que ha venido después es otra historia.
Fotos: archivo de Juan Carlos Díaz Lorenzo