No sabría decir si la muerte de Lázaro, coincidiendo con la de Pelé, el mejor futbolista de la historia y la de Ratzinger, Benedicto XVI, el mayor teólogo que dio la Iglesia en siglos, es casual o fruto del destino divino de tres hombres imprescindibles e irrepetibles en el desarrollo de sus actividades.
Lázaro Larzábal, junto a Eustaquio Arrinda, puede ser considerado el mejor capitán de las pesquerías de bacalao del Gran Banco, no solo por sus resultados sino por la aplicación de soluciones en la pesca de pareja que aún hoy en el siglo de la tecnología siguen vigentes.
Duro, intuitivo, aventurero, práctico y analítico, disciplinado y pescador, o quizá debería decir muy disciplinado y tremendamente pescador.
Coincidí con Lázaro en Malvinas en 1990, el «León Marco VI» tenía un motín abordo con la tripulación enfrentada a su capitán, llegó de España a Stanley vía Punta Arenas, tomó el mando, convenció a la gente para remar juntos en un último intento y sobre un caladero desconocido para él y con el apoyo de su primer oficial, se centró en una zona escarpada donde le marcaba pescado pero se rompía mucho, en 30 días le metió al congelador 1.200 toneladas abordo y arrancó para Vigo, su armador de entonces, el vilajoiense José León Marco desaparecido también hace escasas fechas, tildó la aventura de milagro.
«En este mundo de la pesca solo se triunfa cuando eres un enamorado de tu profesión» me espetó en agosto de 2018 cuando tuve la suerte de conocerle y pasar una jornada en Baiona junto a Lázaro y a Rosa García Orellán, autora de su biografía y a la que nunca agradeceré lo suficiente darme la posibilidad de conocer en aquel momento a una leyenda viva, hoy encumbrado a la categoría de mito.
En nuestro mundo pesquero tan hermético y poco agradecido, Lázaro, el capitán de Terranova, pasará a la posteridad recordado por los que de verdad somos «enamorados de su profesión».
Foto: cedida