El barrio de Correos fue mi patio de juegos durante casi tres décadas. A alguien le puede extrañar que haya un barrio en un pueblo que se llame así, pero es que la presencia en aquella época de una edificación grande, de dos plantas, sótano y una gran azotea; y que destacaba frente a unas pequeñas viviendas terreras, hacía que el edificio postal destacara en toda la Villa de Valverde.
Pues allí cerca, en la casa que tenían mis padres alquilada a don Claudio y doña Teresita (hoy Naturaviva), pasé junto con mis padres, Raúl y Maribel, mis tres hermanos y mi abuela Marusa, una de las etapas más bonitas de mi vida, la niñez y parte de la juventud. En medio de tuneras, casetas de bloques, tanquillas de agua, partidos de fútbol en plena carretera…, pasábamos tardes y fines del semana imitando las guerras de indios y vaqueros, navegando barquillos de esmira y peloteando al balón siempre pendientes de que no viniera en la mejor jugada un coche por la curva de don Claudio, lo que nos obligaba a quitar las piedras que servían para marcar las porterías de lado a lado del edificio de Correos y Telégrafos.
Este barrio era pura vida, con tantas anécdotas que difícilmente podría relatarlas en esta publicación. Era como el punto neurálgico de las comunicaciones, un edificio continuo pero dividido en dos servicios: el postal que los llevaba mi tío Luis Alonso, y el telegráfico que era responsabilidad de Ramiro Sánchez. Abajo, en la planta baja, las oficinas, en los sótanos el archivo, y arriba las viviendas con sus respectivas familias. Pero alrededor dos Pacos, enfrente el repartidor de Telégrafos, y un poquito más arriba el otro Paco que era el cartero. Más abajo Ramón Febles “el Gallo” que recuerdo que era algo así como un técnico de mantenimiento y el encargado de encender el motor que suministraba la electricidad de la máquina de transmisión por morse, porque era Ramiro el que se encargaba de enviar estos telegramas, en aquella época por este lenguaje de signos y sonidos.
Hoy se nos ha marchado Ramiro Sánchez, un histórico de El Hierro, al filo de los 90 años, nuestro telegrafista, un vecino que junto a Kika, y sus hijos Ramirín, Juan Pedro y más tarde Mari Luz, fueron parte de nuestra familia en un barrio lleno de nostalgia y muy buenos recuerdos. Ramiro siempre me mostró ese paternalismo que solo la buena gente es capaz de trasladar. Siempre me viene al recuerdo de él, la vez que no le quedó más remedio que salir del escandaloso ruido que hacíamos con un carro de madera que corríamos de punta a punta de aquella precaria acera que bordeaba el frente del edificio de Correos. Imagínense unas ruedas de metal confeccionadas con rodillos metálicos, un invento de mi padre, que armaba tal escandalera que le impedía a Ramiro transmitir los telegramas. La solución vino con una amable sugerencia y sin enfados: esperen a que termine de transmitir y siguen jugando.
Otros de los recuerdos que tengo de Ramiro es su envergadura, sobre todo cuando de su delgado y alto cuerpo, colgaba un precioso acordeón. Eran épocas en que íbamos casa por casa en las vísperas navideñas cantando villancicos de noche puerta por puerta. Me fascinaba ver a Ramiro la agilidad con la que manejaba aquellas teclas y botones, y cómo desplegaba de lado a lado ese fuelle de aire que expira las notas musicales, y aquellos sonidos, acompañados de la guitarra de Fernando Díaz, me parecían música de ensueño a los oídos y ojos de un niño. Otro de los paisajes que se me quedarán es aquel esbelto cuerpo uniformado de la Banda Insular de Música que mantenía aquel brillante e impresionante trombón.
Gracias Ramiro por tu ternura, por tu amistad y por haber formado parte de mi feliz historia y vida. Mis condolencias a su familia. DEP.
P.D.: El sepelio será a las 13:00 de mañana martes.


Fotos: cedidas